Rigor y magnanimidad

Me llega a Lima el artículo que mi colega Alfredo Pastor publicó el domingo día 9 en el suplemento Dinero de La Vanguardia, con el título de «Las dos manos» (no lo he encontrado en la web del periódico de libre acceso). Lo de las dos manos se refiere a representaciones antiguas de la divinidad, una de cuyas manos es el rigor y la otra la magnanimidad. Alfredo se refiere a la necesidad que tiene nuestra sociedad de ambas virtudes, en nuestras relaciones con nuestros socios europeos y con los mercados financieros.

Rigor, porque hay que cumplir con nuestros deberes –reformas, austeridad, equilibrio fiscal, etc.-, para probar a nuestros acreedores, y a las autoridades de la Unión Europea que nos han de servir de garantía, que podemos cumplir con nuestros compromisos. O sea, que no se preocupen, que pagaremos. Y magnanimidad, que es virtud del acreedor, que debe dar tiempo a que el deudor ajuste sus políticas y esté en condiciones de cumplir con sus obligaciones. Virtudes ambas que hay que poner en práctica simultáneamente, porque no se puede esperar ejercer la magnanimidad hasta que el deudor, exhausto, haya ajustado su economía hasta el límite.

Estoy de acuerdo con Alfredo. Añadiré solo tres comentarios. Uno: el artículo debería haber aparecido en la prensa alemana o, al menos, en la internacional, porque a nosotros ya nos gusta lo de la magnanimidad, pero son ellos los que deben ejercitarla. Dos: es bueno que haya aparecido en la prensa española, porque a nosotros nos toca la primera parte, el rigor, y no tiene sentido que clamemos pidiendo magnanimidad si no estamos dispuestos a ejercer el rigor con fortaleza. Y tres: sería bueno que nos aplicásemos la parábola también a nosotros, que nos desgañitamos pidiendo la cabeza de los que consideramos culpables de nuestros males, al tiempo que pedimos la generosidad de nuestros acreedores. Pedir responsabilidades, sí, desde luego, y muchas más de las que hemos pedido hasta ahora. Pero seamos también generosos nosotros, sobre todo a la hora de declarar culpables, a menudo, sin pruebas.