Filantropía, compasión, eficiencia…

Leo en MercatorNet una entrada (aquí, en inglés) que comenta un libro de Jeremy Beer titulado «La revolución filantrópica: Una historia alternativa de la caridad americana» (en inglés, claro). El artículo, de Michael Cook empieza contando una historieta: una manifestación de «sin techos» en las puertas de la Bill and Melinda Gate Foundation, durante once noches, protestando porque la Fundación había cortado los fondos que daba a una oenegé local para ese colectivo. La reacción de la Fundación fue un comunicado en el que decía que había dedicado 100 millones de dólares a ese tipo de ayudas, sin ofrecer ninguna solución para los que se manifestaban allí.

Lo que, según el libro, se ventila aquí es una frase que aparece en el título de la entrada del blog de MercatorNet: «¿amor a la humanidad o amor a las personas?«. La Fundación, como otros muchos «altruístas efectivos», ha introducido el criterio de racionalidad en sus decisiones: hay que dedicar los fondos a aquellos usos que puedan dar los mejores resultados. Esto significa seleccionar a los beneficiarios, exigirles una cuidadosa rendición de cuentas, medir los resultados… lo que me parece muy bien. Pero… hay algunos peros.

Uno: al final, es el donante el que elige qué uso final del dinero considera eficiente y cuál no. Para ello, puede seguir varios criterios. El más probable es el utilitarista: curar a cien enfermos es mejor que curar a noventa y nueve, sin tener demasiado en cuenta qué les pasa a unos y a otros, de qué personas se trata… Con este criterio, curar a una persona en edad de trabajar debe ser mejor que curar a uno ya retirado, ¿no? Claro que el donante está introduciendo aquí algunos supuestos no demostrados, como que la eficiencia económica y cuantitativa es la única que cuenta, o que la «utilidad» se puede medir con criterios cuantitativos… Nos quejamos a menudo de que los criterios económicos se meten en todas partes, y aquí tenemos un ejemplo: el imperativo de la eficiencia. Como los recursos son escasos, su uso eficiente es un imperativo moral: no es ético malgastar el dinero dedicado a los necesitados.

La «caridad» de dar sopa a los sin techo para que tomen algo caliente está mal vista hoy, probablemente por sus conexiones religiosas. Es más importante, dicen, soloucionar el problema en su raíz: una renta mínima para todos, educación para todos, empleo para todos, medicinas para todos… Claro que esto puede suponer pasar de largo ante el que sufre a nuestra puerta: la culpa es del sistema, de la sociedad, y yo no debo perder el tiempo en atenderte a ti. Amor a la humanidad, no a las personas concretas.

¿Estoy en contra de la eficiencia en la filantropía? No, claro. Pero cuando uno encuentra a una persona con hambre, me parece que lo inmediato es darle un bocadillo. Luego, una vez que se le haya cambiado la cara de la tristeza a la esperanza, tendré que tomar medidas para que salga de su situación, aunque esas medidas quizás tarden muchos años en dar fruto. Por eso las ayudas tienen que combinar la compasíón con el que sufre con la efectividad de la ayuda. Darle de comer todos los días puede interpretarse como un acto de arrogancia por parte del donante, porque no resuelve el problema de fondo (aunque a menudo el necesitado no tiene medios físicos y psíquicos para superar su situación; por ejemplo, no podrá tener nunca un empleo fijo, de modo que la ayuda tendrá que eternizarse…). Convertir su situación en un derecho elimina la arrogancia, pero no resuelve el problema de fondo, salvo el caso, ya mencionado, del que es incapaz de superar su situación, incluso con la ayuda de otros. Pero decirle que «el» problema no es su hambre de hoy, sino una injusticia social tampoco es la mejor solución.

En definitiva, que los «altruístas efectivos» tienen derecho a poner la eficiencia por delante de la compasión. Pero muchas personas necesitan primero la compasión, y solo después la eficiencia. Y esta última no puede ser nunca una excusa para no ejercer la primera. El Evangelio no recogería la parábola del buen samaritano (ya saben, el que se paró a atender a un hombre malherido por los ladrones y abandonado a su suerte en un camino desierto) si, en vez de ejercer la compasión, hubiese dirigido su atención a la mejora de la seguridad de los caminos y a la existencia de un sistema de ayuda en carretera accesible a todos. Que quizás eran necesarios (aunque dudo que los recursos de la Palestina de hace dos mil años permitiesen hacer frente a este problema). Pero que no resolvían el problema del que había caído en manos de los salteadores. Y que, lamentablemente, puede servir para despreocuparse de ellos: que venga la ambulancia y le ayude…

2 thoughts on “Filantropía, compasión, eficiencia…

  1. El debate entre compasión y eficiencia no se da, si ampliamos un poco los recursos de los que disponemos. La mayor parte de nosotros tenemos en cuenta solamente los recursos monetarios. En mi opinión, disponemos de un amplio abanico de recursos, incluyendo los recursos sociales y la felicidad. Personas felices son capaces de crear mucho más valor que personas infelices. La compasión hace feliz tanto al que da como al que recibe y también a la mayoría de los que son testigos del acto de compasión. Y les motiva a seguir el ejemplo. Visto así, la compasión es sumamente eficiente 🙂

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