Transparencia (III)

Continúo con el tema de dos entradas anteriores (aquí y aqui), sobre la transparencia en la empresa. Ahora quiero preguntarme sobre qué debo informar y a quién. La respuesta es: sobre lo que el otro necesite saber para tomar una decisión racional, teniendo en cuenta que yo tengo más información que él, y que, probablemente, solo yo puedo darle la que necesita. Y, claro, distintos interesados necesitarán distinta información. Por eso no basta publicar una abultada memoria o llenar de datos la web corporativa: he de pensar lo que necesita cada uno. Y si esto es demasiado caro, quizás deba concentrarme en lo que puede necesitar cada grupo de interesados, porque no es lo mismo el gran fondo de inversión que el pequeño accionista jubilado y sin formación financiera. Y si la ley no incluye a algunos sakeholders, tendré que informarles yo por mi cuenta: por ejemplo, a mis proveedores, o a mis distribuidores, o aquellos que son socios míos en una parte del negocio, y que pueden acabar en un juicio si resulta que yo soborno a funcionarios públicos de otro país…

¿Cuánta transparencia? Ya lo he dicho: la que ellos necesiten. Empecemos con la que exige el regulador, pero pensemos si será suficiente: si yo estuviese en lugar demi stakeholder, ¿qué me gustaría conocer? Bueno, claro que me gustaría conocer cosas que no me competen, incluso cosas que son secretos de la estrategia de la empresa, pero para eso está la prudencia, virtud importante en todos los asuntos, también a la hora de decidir cuánta información doy, sobre qué, a quién y con cuánto detalle. El “café para todos” no es la solución, aunque esto sea lo que la ley pide, y lo más barato para el que informa.

¿Cómo debe ser la información? Prudente, ya lo he dicho. Esto parece poco claro, pero me parece que lo es, y mucho, si nos paramos a pensar qué necesita cada uno, con qué detalle, cómo se le explica, cómo lo puede pedir… La comparación con lo que hacen otras empresas, cuya transparencia nos merece aprecio, puede ayudarnos. En todo caso, deberá ser exacta (aunque esto no siempre es posible), oportuna (a tiempo, aunque los retrasos serán inevitables), íntegra (una verdad a medias no pasa de ser una mentira creíble), verificable (si es posible)… La información compleja puede ser un indicador de que nos están engañando.

¿Quién debe ser transparente? La organización, claro. Empezando por la alta dirección, como siempre. Pero la transparencia es tarea de todos. A menudo, la actitud de la recepcionista cuando contesta a un cliente enfadado puede explicar la concepción que la organización tiene del deber de transparencia mucho mejor que todas las memorias de sostenibilidad o la web corporativa. Pero, claro, la recepcionista no transmitirá bien ese mensaje si la empresa –la dirección- no es transparente con ella. De modo que este es un deber personal y colectivo, compartido y recíproco, como lo son la mayoría de responsabilidades en la empresa. Lo que lleva consigo también la necesidad de delimitar los distintos niveles de esa responsabilidad y las funciones de los que tienen que participar en ella.

Ya se ve que, si considero que la transparencia es algo más que publicar los datos que pide la Comisión Nacional del Mercado de Valores o el regulador medioambiental, estamos hablando de una actitud o un valor ético, además de técnico, que es una exigencia de la buena dirección. Una empresa ética y bien gestionada es una empresa transparente. Lo que no quiere decir que sea transparente en todo, ni ante todos, porque no todo se puede publicar ni todos tienen derecho a conocer todo.

Los Comentarios de la Cátedra son breves artículos que desarrollan, sin grandes pretensiones académicas, algún tema de interés y actualidad sobre Responsabilidad Social de las Empresas.