Sobre el problema de los refugiados

Los medios de comunicación nos traen cada día nuevas desgracias militares, económicas, políticas o naturales, que obligan a miles de personas a huir de su país, para conservar la vida. Pero en este ámbito, los problemas no se arreglan, probablemente porque los problemas no son definidos adecuadamente y, por tanto, no se buscan las soluciones adecuadas. Y también, claro, porque hay miedos, intereses y bloqueos de todo tipo.

Refugiados los ha habido siempre. El planteamiento tradicional consistía en recibirlos en un país próximo, porque la situación se veía como transitoria; se trataba de darles cobijo y alimento, y procurar que interfiriesen los menos posible con la población local. Pero este modelo ha fracasado, porque el número de refugiados es ahora mucho más alto, porque las posibilidades de retorno a su país son muy reducidas, porque los países próximos, que les ofrecen el primer refugio, son pobres y carecen de los medios necesarios para atenderlos, y porque las poblaciones locales ven en ellos no una persona necesitada de atención, sino un posible terrorista, alguien que provocará la escasez de alimentos, el aumento de precios de la vivienda o la desaparición de puestos de trabajo.

De modo que ahora tenemos miles de refugiados en campos cerrados, de donde no pueden salir, que reciben ayuda pública y, cada vez más, privada, de instituciones humanitarias, lo que tranquiliza la conciencia de los demás países, pero sume a los refugiados en una situación de dependencia. No se les permite trabajar, no pueden montar un negocio, no pueden pedir un crédito, no pueden mantener sus conocimientos y capacidades, no pueden ganarse la vida y están condenados a vivir en condiciones de miseria durante décadas.

En esas condiciones, es fácil limitar sus necesidades a las ya mencionadas, cobijo y comida; las demás no existen, o pueden esperar. Pero son esas otras necesidades las que apuntan a su posibilidad de desarrollarse como personas, superar su situación, recuperar su confianza y su dignidad y poder contribuir económicamente al país de acogida y, si hay ocasión en el futuro, al país del que proceden, si la situación cambia.

No estoy diciendo nada nuevo. Solo apunto a que los problemas y las soluciones no son los que aparecen en los medios de comunicación, o en los discursos de los políticos. Leía hace unos días un artículo del The Guardian donde explicaba cómo, a pesar de su terrible situación, florecía en algunos campos de Jordania una economía sumergida, señal de las capacidades de muchas de esas personas. Una vez superada la acogida inicial, lo importante es facilitar a esas personas unos medios de vida ganados por ellos mismos, no dados por la generosidad de los donantes. En nuestro país hay empresas que dan trabajo a presos, para que ganen un dinero y tengan algo útil que hacer, para ganarse la vida y desarrollarse como personas. Y pienso si se podría animar a empresarios de todo el mundo a poner en marcha iniciativas para que esos refugiados puedan salir adelante, con ayuda de todos, pero, sobre todo, con su esfuerzo personal. ¿La imaginación al poder?

Antonio Argandoña es Profesor Emérito de Economía del IESE.

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