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Ni astucia, ni sentimentalismo

Desde Nueva York, donde ha tenido lugar la Asamblea de Antiguos Alumnos del IESE, os envío unos párrafos del libro «Sabiduría práctica» que Carles Canals escribió con motivo de los 50 años de vida de nuestra institución, y que recogen algunas enseñanzas de mi amigo, maestro y mentor, Juan Antonio Pérez López, así como de nuestro actual decano, Jordi Canals.

»  …  en un ensayo Pérez López comentaba que en los programas, al formar a los participantes, había que ayudarles a valorar las decisiones de manera completa, sin prescindir de los aspectos económico, sociológico o ético.  Si se prescinde de alguno de ellos para producir un “óptimo parcial”, señalaba, se orienta al alumno “hacia vicios opuestos a la más alta de las virtudes morales, la prudencia.  Le estamos impulsando hacia la astucia cuando se omiten los aspectos éticos, o hacia el sentimentalismo cuando se omiten los económicos”.

Además de un componente ético, la prudencia tiene una razón de eficacia.  Es cierto que la calidad de un directivo no se mide sólo por sus logros, pero los resultados son el indicador más evidente.  En buena parte, la tarea del directivo es mejorar la realidad que tiene delante, solucionar problemas presentes, evitar o minimizar los efectos de los que previsiblemente se presentarán…

En este sentido, la prudencia ayuda a detectar cuál es la información auténticamente relevante entre la multitud de datos que aparecen a la vista.  El directivo prudente aprovecha la experiencia pasada, propia y ajena.  Contrasta sus puntos de vista, está abierto a sugerencias.  Ante obstáculos que en un primer momento parecen insuperables, imagina vías para resolverlos u orillarlos.  Es creativo para diseñar diversas alternativas.  Analiza los pros y contras de cada una desapasionadamente, previendo las consecuencias que pueden tener en los diferentes ámbitos de la organización.  Busca un equilibrio entre riesgo y rentabilidad, entre los medios que hay que utilizar y los resultados que se espera obtener.  Establece mecanismos para saber cómo se aplican las decisiones y conocer los efectos reales que producen.  Se apalanca en los aciertos propios y ajenos para seguir mejorando.  Cuando los hay, reconoce los errores, también los propios, y rectifica.

En 2007, después de referirse a los conocimientos necesarios para ser un profesional competente, el decano Jordi Canals comentaba que “el conocimiento no basta”.  Una buena directiva, un buen directivo, debe también desarrollar capacidades básicas para la dirección de personas y la toma de decisiones en la empresa. “Así –continuaba–, debe saber analizar situaciones complejas, sintetizar información, formular juicios prudentes sobre los posibles escenarios y planes de acción sensatos, e implantarlos adecuadamente, sabiendo que no hay dos problemas iguales, ni existe solución que sea universalmente válida.”

Enfrentado a los detalles de la realidad que en cada momento se le presenta, a partir de sus conocimientos técnicos y teóricos, el directivo pasa continuamente de lo general a lo particular, de lo abstracto a lo concreto, y al revés.  Ante un problema, el directivo prudente trata de aplicar la mejor solución posible en esas circunstancias, no la idealmente óptima, que sería lo propio de la sabiduría especulativa.  Al directivo le corresponde decidir, actuar.  En esta situación, uno de sus activos más valiosos es esa capacidad de deliberar bien, de discernimiento, de criterio, de buen juicio, que es el núcleo de la prudencia.  Esta virtud también se denomina “sabiduría práctica”.