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La cruz en Europa: ¿Justicia o Ideología?

La decisión del Tribunal de Estrasburgo que obliga a retirar el crucifijo de las aulas en Italia, me ha dejado perpleja y su argumentación aún más. ¿No es la cruz el logo de Europa?

Anteriormente los tribunales italianos habían fallado que el crucifijo representa un elemento de cohesión en una sociedad que no puede prescindir de su tradición cristiana. “La sentencia desconoce el papel de la religión, sobre todo la cristiana, en la construcción del espacio público y promueve una indiferenciación religiosa que se contradice profundamente con la historia, la cultura y el derecho del pueblo italiano”, concluía el eurodiputado Mauro [1].

La ministra de Educación de Italia, Mariastella Gelmin [2], rechazó el fallo señalando que “nadie, aún menos un tribunal europeo impregnado de ideología, logrará arrancarnos nuestra identidad”. Gelmini explicó a la prensa que “la presencia de crucifijos en las aulas no significa una adhesión al catolicismo, sino que representa nuestra tradición”.

El ex ministro de Cultura, Rocco Buttiglione [3], fue más allá y contra el prejuicio políticamente correcto del respeto a las minorías, pidió el rechazo del fallo porque «Italia tiene su cultura, sus tradiciones y su historia. Los que viven entre nosotros deben entender y aceptar esta cultura y esta historia».

Mons. Luigi Negri, obispo de San Marino-Montefeltro, ha escrito lo que muchos católicos piensan:

El asunto de Estrasburgo, en su brutalidad, es también una consecuencia de demasiado irenismo que atraviesa al mundo católico desde hace décadas, por el cual la preocupación fundamental no es nuestra identidad sino el diálogo a toda costa, estar de acuerdo con las posiciones más distantes. Este respeto de la diversidad de las posiciones culturales y religiosas, sostenido por la idea de una sustancial equivalencia entre las diversas posiciones y religiones, es el que hace perder al catolicismo su absoluta especificidad. Un irenismo, un aperturismo, una voluntad de diálogo a toda costa, que es recompensada de la única manera en que el poder humano recompensa siempre estas desordenadas actitudes de compromiso: el desprecio y la violencia.

Es necesario renovar la conciencia de la propia identidad, de la propia especificidad como acontecimiento humano y cristiano frente a cualquier otra posición, y prepararnos para vivir el diálogo con todas las otras posiciones, no sobre la base de una desmovilización de la propia identidad sino como expresión última, crítica, intensa, de nuestra identidad.

Os invito a leer el artículo que ha escrito [4] mi colega del IESE, Domenec Melé, al respecto y a que me digáis como lo veis.