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Reconstrucción del alma: ¿a pesar del entorno o gracias a él?

Después de la tragedia de Haití llegó la de Chile, la de Polonia, después la de China, la semana pasada el volcán de Islandia y este domingo, en mucho menor grado, el incendio del comedor de mi casa (a causa de un cortocircuito del termostato de la pecera) con sólo daños materiales, gracias a Dios.

Mientras en distintas partes del mundo siguen sucediendo situaciones de sufrimiento colectivo, muchas veces incrementadas por culpa de los políticos (¡no os perdáis este vídeo [1] desde Venezuela!), me llega el artículo que os adjunto (es el texto que está abajo en cursiva) y que nos ayuda a reflexionar sobre nuestro papel como protagonistas en la reconstrucción de una sociedad mejor. También os adjunto el link [2] con la buena noticia de que el pasado mes de marzo en Islandia cerraron por ley todos los clubs de strippers, un primer paso para acabar con la pornografía.

Después del movimiento de tierra y mar que conmovió y sigue replicando en todo el país, uno advierte la otra parte de la historia que es la que penetrando por el alma, nos muestra los desperfectos, roturas y fisuras que llevábamos albergados dentro, probablemente, sin saberlo, los ciudadanos de a pie. También en la estructura de las almas hay fundamentos que fallan y pequeñas o grandes trozos que aparecen, a causa de los temblores físicos que nos acaban de estremecer a todos, sin excepción.

Como en el orden físico distinguimos en nuestro ser espiritual lo que son fundamentos y lo que pudiéramos llamar panderetas o estructuras menores. Unas y otras, fundamentos y panderetas, dañados o estremecidos por acontecimientos extremos nos llevan a pensar en lo que somos, en lo que creíamos ser y en lo que tendremos que arreglar después de un gran impacto físico, emocional y moral.

De esta estructura moral que ha quedado al descubierto en el post -terremoto, en nivel individual y colectivo, es de lo que quisiera ocuparme aquí. Y para ordenar la reflexión, me voy a referir a tres sentimientos que nos llevan a auscultar el alma individual y colectiva.

El primer sentimiento es de la fragilidad que nos recorre la epidermis al enfrentar un poder y violencia que nos sobrepasan. El dolor propio y ajeno se unen al ver la incapacidad de reaccionar proporcionalmente frente a lo inesperado, a lo destructor y a la desolación que genera el fenómeno del terremoto y maremoto sucesivos en el umbral de nuestra casa. Este primer sentimiento nos lleva necesariamente al ejercicio obligado de una virtud secular que el lenguaje nos ha descrito como humildad que no es otra cosa que el reconocimiento del “humus” o polvo y nada que somos, en definitiva frente a la creación en movimiento.

Un segundo sentimiento es el de necesidad imperiosa de unión con todos los “otros” que se encuentran igualmente abatidos por la adversidad y naturalmente constreñidos a formar piña para absorber el impacto que nos supera como personas y como grupo de habitantes del planeta. Si en la alegre prosperidad del día anterior, cada cual prescindía de los demás, tratando de hacer su vida a su manera y antojo, a partir del cataclismo, nos sentimos necesitados de apego, de compañía y de la verdadera compasión, nunca tan bien entendida como ahora. Padecer “con los otros” para poder resistir unidos el posible retorno de la adversidad inexplicable, que nos supera y aflige. Este sentimiento se extiende por la geografía cercana como una ola de afecto que supera cualquier consideración del pasado. Compartimos en las lágrimas propias, las ajenas y solo acertamos a estrecharnos en un abrazo de protección, de defensa y de temor.

Finalmente nos acompaña en estos días un sentimiento de valoración más aguda de lo esencial y de lo accidental. La naturaleza física, en su imagen de destrucción y muerte de nuestras casas y nuestras cosas, de nuestros cercanos, algunos muertos, otros heridos y todos los demás humillados, nos está recordando sin tregua que la vida, la salud, la familia, Dios y nuestros nuevos amigos pertenecen a la especie de lo esencial, mientras las pérdidas materiales de casas, barcos, carreteras o puentes pertenecen a la categoría de lo accesorio. Lo esencial de nuestra vida, de nuestros afectos, de nuestro destino como personas y como grupo humano –pueblo, región, patria- es lo que nos sostiene y estimula a sentirnos unidos, vivos, aunque frágiles y humillados.

¿Qué es lo que nos queda ahora, en medio de la desolación física que ya incorporamos a nuestra rutina diaria, con tanta imagen reiterada de ruina y tragedia? ¿Qué podemos hacer ahora? ¿Cómo rehacer la vida anterior que ya no está y prefigurar la que podremos tener en poco tiempo más?

Me parece que si juntamos los tres sentimientos comunes que estamos señalando, podrá surgir un plan de vida que nos ayude a reparar, reconstruir y consolidar nuestra futura convivencia. Podemos formularnos un proyecto de vida que rescatando lo esencial de nuestro espíritu nos lleve a una mayor unidad y a una sustancial humildad desde donde aseguremos los fundamentos futuros de la convivencia humana.

Se impone, desde luego revisar a fondo nuestros valores personales y colectivos, desde una disposición interior distinta: la sociedad que estamos construyendo solo tendrá fundamentos estables si partimos desde la fragilidad personal, desde un anhelo por la tarea común y con la mente bien esclarecida entre los fines y los medios, entre lo esencial y lo accidental, entre lo necesario y lo prescindible, entre lo bueno y lo malo, entre lo bello y lo feo, reconstrucción que ya se nos viene como país será la tarea de quienes están liderando el trabajo. Es la hora en que ya no caben adjudicaciones de culpas pasadas o penas presentes. Solo cabe, si queremos resucitar con mejor existencia colectiva que, partiendo de la fragilidad evidente, hagamos un esfuerzo por lograr una nueva forma de unidad sentida para poder realizar con el mayor orden posible, guiados por la autoridad más competente, un deslinde claro entre lo que es fundamental y lo que es accidental en la inmensa tarea. Que a estas alturas de la reconstrucción, nos percatemos con sabiduría que la mejor forma de tener éxito en nuestra empresa será la reconstrucción del alma, de todas las almas de cada uno de los que en verdad hemos sido damnificados.

Que el terror que nos estremeció y el temor que todavía nos abate se conviertan en estímulos fuertes de un nuevo modo de enfrentar la adversidad. En estos momentos, urge poner en movimiento todas las virtudes que son cardinales en nuestra vida como personas y pueblo: la fortaleza para enfrentar la adversidad, la justicia para dar a cada uno lo suyo, la prudencia para saber discernir lo esencial de lo accidental y, finalmente, la temperancia para que, una vez sobrevivientes de este naufragio colectivo, salgamos todos fortalecidos en nuestra realidad humilde, en nuestra unión efectiva y eficiente y por sobre todo en la sabiduría que nos permita discernir entre los fundamentos y las “panderetas”.

RECONSTRUCCIÓN DEL ALMA
Jesús Ginés Ortega, BERIT, UST