La educación es una inversión en las personas, en las empresas y en la sociedad. Es un proceso constante y que requiere visión de largo plazo, tan a largo plazo como edificar, o construir una obra de arte.
En la GAR, Global Alumni Reunion del IESE [1], que celebramos estos días en el Palacio de Congresos de Barcelona, estoy encargada de moderar el panel “How to think about Education & Investment in People”.
La palabra “Educar”, de raíz latina, proviene de dos acepciones: educare, guiar o liderar, y educere, extraer el potencial.
Se pueden distinguir tres niveles de educación: el de conocimientos técnicos, el de habilidades operativas y el de actitudes, valores o disposiciones.
Cuanto más se forman las personas en una empresa en estos tres ámbitos, más se enriquece el capital humano y más aumenta su empleabilidad. Si la empresa facilita la formación y la flexibilidad, el talento se hace más polivalente y se capacita a los empleados para ser más proactivos y creativos y, por tanto, más capaces de ser emprendedores en la empresa y fuera de ella.
Pero evidentemente para formar hace falta tiempo, ganas, voluntad, esfuerzo y liderazgo. Y liderar no consiste en tener una posición (de poder), sino en tener una disposición (de servicio) para educar a otros.
Si estamos convencidos de que queremos educar, no nos olvidemos de lo esencial: empezar por nosotros mismos, porque nadie da lo que no tiene. Peter Drucker al final de su carrera decía que ya no enseñaba a los directivos cómo dirigir a las personas en el trabajo, sino que enseñaba a los directivos a dirigirse a si mismos.
Os invito a ver este precioso proyecto a muy largo plazo que es la Sagrada Familia: una obra magna que aún se está construyendo, al igual que cada una de nuestras vidas y las de quienes nos rodean. ¡Mirad qué maravilla de resultado! Preconcebida en la mente del arquitecto hace más de un siglo, pero nunca vista así ni por él mismo.
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