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Europa sin raíces, Europa muerta

En esta vieja Europa nuestra hace ya tiempo que se lucha por eliminar todo rastro de cristianismo, cuando está en las mismísimas raíces. Me ha llamado mucho la atención (a ver qué pensáis vosotros) un artículo aparecido en una prestigiosa publicación estadounidense, The Federalist, con el título «I’m An Observant Jew. Here’s Why I Want More Americans To Come To Jesus» [1] Soy judía practicante. Por qué espero que más americanos se hagan cristianos«). Curioso, ¿verdad?, un judío deseando que aumente el número de cristianos. Su autora, Melissa Langsam Braunstein, ex-redactora de discursos del Departamento de Estado de EE UU, es escritora independiente en Washington DC y colaboradora principal de The Federalist. Su trabajo ha aparecido en The New York Times, National Review Online y RealClearPolitics, entre otros.

Un reciente informe de Pew [2] muestra un fuerte descenso en el cristianismo; estamos viendo el aumento de los llamados  «nones«, personas que no se identifican con ninguna fe. Incluso podrían creer que hay un dios, pero son apáticos a la religión. ¿Cómo los traemos de vuelta? También se habla de «wokeism«, estar siempre alerta, colocando el trabajo y la carrera por encima del matrimonio y de la familia, con el consiguiente suicidio demográfico.

En su libro «The Judgment of the Nations», Christopher Dawson -historiador inglés, profesor en Oxford- afirma:

«La Cristiandad es el alma de la sociedad occidental. Y cuando el alma abandona el cuerpo, este se pudre. Lo que está en riesgo no es la profesión externa como cristiano, sino el vínculo interno que mantiene unida a la sociedad, hombre a hombre, y el orden del estado al orden natural». 

Y abundando en la idea:

«Es esta la grandeza y, a la vez, la miseria de la civilización moderna, que ha conquistado el mundo perdiendo su alma, y cuando pierde su alma, pierde también el mundo«.

Volviendo al artículo con que empezábamos este post, José María Beneyto (Instituto de Estudios Europeos. Universidad San Pablo CEU) lo expresa de forma un tanto pesimista, pero con un pie en la realidad. Ya que la globalización también tiene consecuencias negativas, y afrontarlas es nuestro reto:

«La política europea de los próximos años debería también dar respuestas a esos ciudadanos europeos que se sienten desplazados, carentes de recursos morales e intelectuales ante las consecuencias negativas de la globalización, el desarraigo, la pérdida de las seguridades que daba un trabajo continuado, la familia, un entorno conocido. La inmigración, la aceleración tecnológica, o las incertidumbres sobre el futuro, unidas al vértigo que produce la desaparición de referentes de autoridad, son algunas de las causas de ese malestar. Es un malestar más que de la civilización, de los civilizados. Una falta de fe ante la cual el enorme potencial que esconden la idea y las raíces de Europa parece quedar oculto. Los líderes políticos no lo pueden todo, muchas veces se ven muy limitados en su actuación, pero unas convicciones claras y la habilidad para tejer alianzas con la sociedad civil pueden tener una enorme eficacia.    

¿Hacia dónde va Europa? Europa ha perdido en el siglo XX la posición dominante que tuvo en el mundo durante los últimos cinco siglos. En términos relativos, su población, su producto interior bruto, su influencia en el planeta van a seguir reduciéndose. Hay que contar con un G-2, con dos países muy poderosos compitiendo entre sí, Estados Unidos y China. Es preciso rehacer el orden internacional con la inclusión de continentes y países, como la India, Asia, o Brasil, cuya influencia aumenta, y de otras regiones, como el África Subsahariana, que estaban marginadas. El cristianismo, como afirmó tantas veces san Juan Pablo II, no depende de una determinada forma cultural, pero qué duda cabe que Europa históricamente ha llevado a la realidad muchas de las aspiraciones de la fe cristiana.«

«Nos mostraron una humanidad poco común» (Cf. Hch 28, 2) es el lema de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos que se celebrará del 18 al 25 de enero de 2020, es decir, la próxima semana, y que finaliza con la fiesta de la Conversión de Pablo de Tarso, judío fariseo observante.