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Hombre y mujer, iguales pero diferentes

Es necesario elaborar una cultura que concilie razón y corazón, que respete a la mujer, que le dé las herramientas necesarias para hacerse respetar, mejorar su autoconfianza y ampliar su punto de vista. Esta necesidad surge, en gran medida, de las consecuencias que para la mujer, la familia y la sociedad tiene la ideología de género, una ideología que, lejos de poner en valor la perspectiva femenina, la hace desaparecer bajo los focos de la teoría queer. La igualdad de derechos y de oportunidades, indiscutible en el siglo XXI, se confunde con la igualdad sin más. Si hombres y mujeres son iguales desde la perspectiva biológica y psicológica, entonces la identidad femenina desaparece.

Hombre y mujer son iguales en Derechos, comparten el principio de dignidad humana, pero no lo son en absoluto desde una perspectiva biológica ni psicológica. Razonamos de manera diferente, nuestros cerebros gestionan la información de manera diferente y también manejamos las emociones de forma distinta. Si esto no se entiende, el conflicto y el enfrentamiento están asegurados.

Otra cosa es la existencia de prejuicios y estereotipos negativos que aún aparecen respecto a las mujeres, como expresión y reminiscencia de una cultura que valoraba por encima de todo las capacidades físicas del hombre. Todo lo que sea femenino, en esta cultura, es malo, secundario, tonto y negativo mientras que lo masculino es sinónimo de fuerza, logro y rapidez. Estos estereotipos se cuelan eventualmente en las relaciones sociales y profesionales, y deben vigilarse.

La ideología de género del siglo XXI pretende llevarnos a un contexto en el que ser hombre o ser mujer no depende de la carga genética, sino de la propia percepción, aderezada por el contexto social. Tal hipótesis tiene sus raíces en la teoría queer, una corriente postmoderna que cuestiona las categorías universales y fijas de género y sexualidad, rechazando la normatividad impuesta en la sociedad. Surge como una crítica a las construcciones sociales de género y sexo, argumentando que son productos culturales y no naturales. Esta teoría busca desafiar las identidades tradicionales y promover la diversidad sexual, reconociendo la fluidez y complejidad de las identidades humanas. De esta manera, junto al sexo femenino y al masculino, aparecen una serie interminable de posibilidades, con independencia de la genética.

La falta de distinción entre lo femenino y lo masculino, lejos de promover la igualdad de oportunidades de las mujeres, genera confusión, conflicto y pérdida de identidad de unos y otras. El sexo es una característica básica y determinante de la forma en que una persona se relaciona con otros. El cerebro masculino y el femenino son diferentes y trabajan de forma diferente, las hormonas también hacen su parte para establecer las diferencias. Ello no significa en absoluto que una de las partes de la ecuación deba ser menospreciada y relegada, al contrario, lo que significa es que la complementariedad es ya en sí misma un valor.

Hace poco tuve la ocasión de presentar una ponencia sobre este tema, profundizando en estos y otros aspectos de la cuestión, una cuestión que preocupa y mucho, cada vez a más personas e instituciones. Aquí dejo el enlace donde se recoge el video de mi intervención y la transcripción completa: Sesión en Bonaigua [1]