La semana pasada os recomendé un video titulado «The black hole». A las pocas horas me llegaba el nuevo número del The Economist con otro agujero negro en la portada. Se trata de temas distintos -diría que casi opuestos: el vídeo iba de las malas acciones que somos capaces de hacer cuando no nos ve nadie, y el The Economist va de las malas acciones de los políticos, que son vistos por todos.
Es interesante la conclusión a la que llega la editorial. Dice que los problemas de los gobernantes -y, de rebote, sus efectos en todos nosotros- se debe a una falta de convicción y a una falta de coraje. Dice el aditorialista que, por una parte, están demasiado obsesionados con una austeridad fiscal a corto plazo; por otra, que les falta el coraje para saber explicar a sus conciudadanos la necesidad de medidas duras y, a primera vista, impopulares.
Es otra forma de ver cómo esta crisis -y su salida- es una cuestión ética, y no sólo «técnica». Al final estamos hablando de decisiones, y por tanto de individuos que toman decisiones. Y siempre que hablamos de personas, hablamos de carácter, de virtudes. En este caso, tenemos la prudencia para saber tomar las mejores decisiones en cada momento (una prudencia que debe estar bien informada y bien preparada -y evidentemente la complejidad de la crisis no se resuelve con un par de tardes de clase de economía-), y la fortaleza -el coraje- para saber tomar medidas difíciles.
Gobernar exige aceptar que lo que se haga no gustará a todos. Lo que debería mover al gobenante no es caer simpático o salir bien valorado en las encuestas, sino hacer lo que es bueno para la sociedad en su conjunto. Por eso Aritóteles decía de la política que era la ciencia más alta, porque mira al bien de todos.
A veces será necesario tomar medidas impopulares. Para eso hace falta coraje. Cuando «lo conveniente» y «lo necesario» entra en conflicto con «lo fácil», «lo cómodo», «lo que da votos», corremos el peligro de que quien gobierna piense más en conservar su empleo que en lo que es necesario para la sociedad. Y ahí entra el cortoplacismo de mantener el sillón frente a la visión a largo plazo del bien común. Es, en el terreno político, el mismo conflicto que se da en el ámbito empresarial entre la vision a corto de los beneficios frente el largo plazo de la RSE. La RS de la politica no es conservar el cargo, sino preocuparse por el bien común de la sociedad.
Si en vez de gastar sus energías en pelearse entre ellos, las dedicasen a explicar a la ciudadanía por qué hay que tomar ciertas medidas difíciles y necesarias, primero, estarían cumpliendo con sus obligaciones, y, segundo, los demás acabaríamos por reconocérselo. El coraje y la sinceridad son buenas en sí mismas; y además, a la larga, son rentables. O deberían serlo…