He leído un reciente artículo de The Economist sobre las trampas en el deporte: jugadores que se tiran para buscar que el árbitro pite un penalty; otros que simulan una agresión de un contrario; otros que fingen una lesión para perder tiempo,… Esta picaresca se da también en muchos otros ámbitos de la vida social y profesional.
Las soluciones que propone el artículo para evitar estos comportamientos son también extrapolables. Una de ellas es apoyarse en la tecnología: utilicemos los medios tecnológicos para suplir las carencias humanas. El árbitro tiene que decidir en milésimas de segundo sobre alguna acción que quizás no ha visto demasiado bien. Utilicemos tecnologías que permitan tomar una decisión con datos más ciertos. Ocurre ya en algunos deportes, como el tenis o el fútbol americano. ¿Por qué no usarlas también en el fútbol?
Un sucedáneo al uso de tecnologías es poner más árbitros. Suplamos las carencias de uno, poniendo a muchos. Al menos creamos empleos, aunque no es seguro que el resultado sea más fiable, y, desde luego, lo que sí será es más caro. Hace unas semanas regresaba de Bruselas y en el avión viajaba un árbitro, que debía venir de arbitrar algún partido internacional, con sus cuatro o cinco árbitros ayudantes, en business, por supuesto
Estas dos alternativas se plantean también en otros ámbitos; también en el empresarial: o eficiencia tecnológica -económica, en sentido amplio- o burocracia.
Otra alternativa que propone el The Economist es incrementar las penalizaciones de estas conductas cuestionables. Las leyes tienen un carácter educativo importante: promueven comportamientos y restingen otros. Pero la ley tiene sus limitaciones, y no podemos fiarnos por entero. Si nos dejamos llevar por una motivación generada por incentivos -económicos, legales,…- que favorecen o dificultad determinadas conductas, acabamos en manos de un cálculo consecuencialista, que a veces puede concluir que un determinado comportamiento puede ser ventajoso. Por poner un ejemplo: si para desconcertar al rival, que tiene que tirar un penalty, pienso que vale la pena provocar un altercado en el campo, aunque eso me valga una tarjeta, lo hago. Ya sé que la ley me penaliza, pero en mi cálculo decido que vale la pena. O incluso me «aprovecho» de la ley, y busco una tajeta para quedarme limpio.
Pues aquí tenemos algunas de las alternativas que siempre se plantean cuando pensamos en cómo evitar conductas cuestionables en el mundo de la empresa: incentivos económios; uso de la ley, como un incentivo o como una forma de «nivelar» el terreno para todos; uso de técnicas y tecnologías para sustituir la decisión humana; y burocracias.
Hay una última alternativa que, como es menos tangible y no tiene resultados tan inmediatos, no se contempla con tanta atención. Es la alternativa que podríamos llamar «ética» y que tiene que ver con el carácter de las personas. En el fondo, se trata de que la gente tenga la convicción de que servirse de estos engaños no es bueno ni para ellos ni para el conunto de la sociedad, aunque en este caso concreto puedan sacar algún provecho. No es bueno para ellos, porque se convierten en «engañadores», ni es bueno para la sociedad, por la injusticia que causan. En este nivel de valoración de las acciones, importa mucho la experiencia pasada, y tambien el ejemplo de otros. La ética se aprende viviéndola y viéndola vivir a otros.
No me tiro a la piscina buscando un penalty no porque me arriesgo a que el árbitro me enseñe una tarjeta si no me cree, sino porque no está bien, porque desdice de eso que tan frecuentemente se menciona: «la grandeza del deporte»!