Hace unos días estuve dando una conferencia a un grupo de directivas sobre la virtud de la magnanimidad. Es una virtud muy importante por sí misma, pero más en estos tiempos que corren.
Magnanimidad viene de «magnus animus», es decir, de «alma grande». El magnánimo es aquel que tiene el alma grande, que se propone metas grandes, y que pone empeño en conseguirlas. Porque el magnánimo es realista (no se propone cosas que no pueda conseguir), pero va siempre un paso más allá de lo esperado. Y es en esa «extra mile» (como se dice en inglés) como consigue hacer el mundo un poco mejor.
Lo contrario a la magnanimidad, al ánimo grande, es el ánimo pequeño, «pusillus animus» en latín: la pusilanimidad. El pusilánime es aquel que por comodidad, por miedo al fracaso, por cobardía o por pereza, se conforma con ir tirando, con alcanzar metas que están muy por debajo de lo que podría alcanzar si se lo propusiese.
El pusilánime es un ser egoísta: se fija sólo en él, sin darse cuenta del bien que podría hacer a su alrededor, si se atreviese a complicarse un poco la vida. El magnánimo, en cambio, necesariamente piensa en los demás. Alguien de ánimo grande no se encierra en sus cosas, sino que piensa en el bien de los que le rodean, hasta sacrificarse lo que haga falta por ellos.
En estos tiempos que vivimos, necesitamos más que nunca gente de alma grande, gente que se complique la vida, gente que sea capaz de sacrificar sus propios intereses por el bien de los demás.
Aunque esta actitud debemos vivirla todos, es más necesaria cuanta más capacidad de influir se tenga. Por eso necesitamos dirigentes -a todos los niveles- que sean magnánimos. Un conocido mío se queja con frecuencia de que hay demasiada «gent petiteta», gente pequeñita. Y, aunque me resisto a darle la razón, la realidad -que es tozuda- está, me temo, de su parte: nos sobran muchos pusilánimes, y nos falta más gente magnánima.
Totalmente de acuerdo. Recuerdo comentar a mi padre lo que Antonio Valero, primer director del IESE, repetía: que había que huir de los «estrechos de pecho» es decir de los que no eran capaces de comprender el concepto de magnánimidad.
Interesting and fresh the way you relate pusillanimity with failing in living up to one’s social responsibility. I would be inclined to argue that the lack in magnanimity, particularly in Continental Europe, to some extent, may be due to the fact that one may even get the impression that society has more sympathy for the pusillanimous, the one who doesn’t attempt to do better, than the one who does, although it is indeed the latter that is much more likely to drive social change and betterment.
¡Cuánta verdad en estas palabras! La pusilanimidad ha conducido a una gran parte de la sociedad a la mediocridad y por ende, en una de las causas de la crisis actual.