¡Menuda semanita la que acabamos de pasar! Cada día nos hemos despertado con un nuevo escándalo o con más datos sobre escándalos ya pasados (algunos de ellos venían arrastrándose desde hacía más de quince años, por aquello del buen funcionamiento de la justicia…). Entre maletas que van y vuelven de Suiza, pagos bajo mano, financiaciones irregulares de partidos políticos, tráficos de influencias y fraudes fiscales hemos estado bien servidos. Y por si fuera poco, héroes del deporte que confiesan en prime time que se dopaban.
Me acordaba de aquella anécdota de un funcionario americano que va a un videoclub (cuando existían videoclubes) a alquilar la película “Algunos hombres buenos”. Y, como en ese videoclub no tienen ninguna copia disponible, la chica que le atiende llama por teléfono a otra tienda de la misma cadena: “Oye! Quedan algunos hombres buenos en Washington?”. Y se oye al otro lado del teléfono: “En Washington? Dos o tres”.
Hace un par de días me decía un taxista: «Yo a todos estos los ponía de reponedores en [una cadena de hipermercados] a ochocientos euros el mes y con una hipoteca de quinientos, y diciéndoles que no iban a cambiar de trabajo en la vida. Y ya verías…»
Hablando con unos y otros se percibe una mezcla de indignación, desencanto, resignación, acostumbramiento incluso, con la sensación de que mires donde mires todo está igual y de que no hay modo de cambiarlo. Mientras los ciudadanos de a pie luchamos por salir adelante (el taxista de antes me decía que él se pasaba catorce horas en el coche, y no sabía si levantaría cabeza), quienes deberían dar ejemplo se pasan el día desmintiendo fechorías o contraatacando con barbaridades peores de la parte contraria.
La ética es ante todo una cuestión de conducta personal, cierto. Pero, cuando se ven tantas conductas reprobables de una forma tan continuada, hay que empezar a pensar que además de una reflexión sobre la ética de los individuos (de los palos que aguantan las velas, que dirían algunas…) es necesario hacer también una reflexión sobre las bondades y vicios del sistema (de la nave que acoge, protege y fomenta a tanto corrupto), y tener la valentía de cambiar cosas. Pero, ¿qué cosas habría que cambiar?, ¿y quién tendrá el coraje de cambiarlas?
Un buen amigo mío, acaba de hacerse una interesante pregunta en Twitter: ¿qué podemos hacer las personas de a pie ante tanta corrupción política?
Esta mañana publica El País un artículo de Adela Cortina que os recomiendo. Un párrafo:
«La ética no es el clavo ardiendo al que se recurre al final de un artículo o de una conferencia cuando ya no se sabe qué decir.Es el oxígeno imprescindible para respirar, y es lamentable que solo lo echemos de menos cuando nos falta»
¿Tan dormidos hemos estado para llegar hasta aquí?
L’article m’ha agradat molt. Jo acabaría el comentari del Sr. Bofarull dient que la societat la componem les
persones: les coses les fem les persones i per tant cal formar bé els ciutadants. Això es molta feina i cal
molt de temps per aconseguir-ho.
Deberíamos empezar por ser éticos en nuestra vertiente individual (ser lo que siempre se ha llamado «buenas personas»), profesional (abandonar la cultura de la chapuza o del no compromiso), política (ser coherentes en el momento de votar y rechazar a partidos o candidatos corruptos) y social (reprochando socialmente al corrupto: al que pregunta «¿con IVA o sin IVA?», al que se vanogloria de no pagar a Hacienda, etc.)
Por otra parte, me parece muy peligrosa la idea totalmente asumida de focalizar la corrupción en el sector público o en la politica (en «otros») Así no saldremos de esta. Hay que asumir responsabilidades y reconocer que aquélla es la consecuencia de la corrupción micro o macro extendida en el conjunto de la sociedad: No olvidemos que la corrupción en lo «público» tiene su origen en el dinero que se transfiere desde lo «privado», desde los diversos ámbitos de la sociedad civil
Gracias Joan por el enfoque que haces de que la ética debería quedar recogida en el escenario en el que se desarrollan los acontecimientos. Necesitamos reformas estructurales que acoten las actividades desarrolladas por los políticos y las vigilen. Para ello debemos manifestar nuestra indignación y no sólo quejarnos en las tertulias de amigos y por supuesto usar el derecho de voto para castigar a los que se lo merezcan, sean del partido que sean, cuando tengamos la urna ante nosotros.
Me parece que la pregunta que dejas en el aire es la clave… ¿No es la corrupción política un reflejo del estado de la sociedad?