El pasado 29 de octubre, en “La Noria”, de TeleCinco, entrevistaron a la madre de uno de los implicados en el supuesto asesinato de una joven, cuyo juicio se está celebrando estos días. Según las noticias, la cadena pagó una cantidad no despreciable a esa señora para acudir a la entrevista.
A continuación se desató una campaña en las redes sociales para que las empresas retirasen sus anuncios de ese programa. La campaña ha conseguido parte de sus objetivos, ya que, según parece unas diez empresas han decidido dejar de anunciarse en este programa. Aunque la cadena haya minimizado el impacto de esta campaña, recolocando la publicidad contratada en otras franjas horarias, no parece que sea una medida sostenible esa de renunciar a espacios publicitarios en la zona de “prime-time”.
Cuando discutimos sobre el impacto de la responsabilidad social y su presencia real en las decisiones de las empresas, a veces olvidamos preguntarnos por cómo los diferentes stakeholders podemos influir en que esa presencia sea efectiva. En concreto, como consumidores podemos hace mucho. Este caso es un ejemplo.
Primero, porque es un ejemplo más del poder de las redes sociales. Quien empezó esa campaña utilizó una plataforma en al web en la que todo aquel que quiera puede lanzar una petición o un reto para cambiar, apoyar, denunciar alguna actuación. En este caso, se buscaba el apoyo de 30.000 firmas, y de momento se han conseguido ya 26.000 que apoyan la petición. Pero ya se ve que no hace falta alcanzar el objetivo para que las cosas empiecen a moverse.
Segundo, los consumidores tenemos poder para influir en las actuaciones de las empresas –una cadena de televisión en este caso. Esta conciencia ciudadana depende mucho del entorno cultural. En los países anglosajones, por ejemplo, está más desarrollada que en España.
A veces en clase hago el ejercicio de preguntar cuántos utilizan criterios de responsabilidad social en sus decisiones de compra. La respuesta suele oscilar entre un 10 y un 20 por ciento, lo cual está bastante en línea con encuestas más sofisticadas sobre el tema. Cuando pregunto cuántos han dejado de comprar productos de una empresa por haber estado relacionada con alguna noticia negativa, suelen levantarse más manos. Es también una conducta habitual: el boicot tiene siempre más adeptos que la felicitación o la acción proactiva.
En el caso que nos ocupa se plantean algunas cuestiones relevantes desde el punto de vista ético, por supuesto. ¿Hasta qué punto debe utilizarse el “derecho a la libertad de expresión” o el “derecho a la libertad de información” para permitir que cualquiera pueda decir lo que quiera en público? O, por el contrario, ¿hay algún límite?
¿Es ético que alguien se enriquezca aprovechándose del dolor ajeno? ¿Está justificado el morbo, el cotilleo, simplemente porque genera audiencia? Ya se sabe que en esta vida hay “gente para todo”. El hecho de que haya quien los compre, ¿justifica que se ofrezcan determinados servicios o productos?, O por el contrario, ¿no todo vale?
En todo caso –volviendo al tema inicial- como consumidores tenemos más poder del que pensamos, más aún con el uso de las nuevas tecnologías que permiten una acción conjunta más rápida. Como dijo Arquímedes: “Dadme una palanca, un punto de apoyo, y moveré el mundo”. Con unos principios claros y el poder que nos dan las tecnologías, también los consumidores podemos mover a las empresas.