El peligro de los tecnócratas

¿Quién nos iba a decir que los dos pilares de la civilización europea iban a acabar teniendo gobiernos nombrados a dedo en pleno siglo XXI? Grecia, la cuna de la democracia, e Italia, heredera del imperio romano, han visto, en una semana de diferencia, cómo sus respectivos primeros ministros eran impuestos por presiones que venían de los países bárbaros, hoy dueños y señores del destino europeo.
En la antigua república romana existía la figura del dictador. El Senado romano, en casos de guerra o estados de emergencia, nombraba a un dictador, por un periodo de seis meses, a quien se le daban poderes absolutos para gestionar la república, dejando a salvo el ordenamiento político y jurídico existente.
Hoy se les llama tecnócratas, pero el paralelismo es clarísimo… y preocupante.
Si en situaciones críticas hay que nombrar a dedo a los gobernantes, es tanto como decir que la voluntad popular sólo funciona en situaciones normales; o sea, que los políticos elegidos por el pueblo son «demasiado normales» o no están preparados para afrontar situaciones críticas. Quizás significa -peor aún- que la ciudadanía no está preparada para decidir adecuadamente en situaciones críticas, y que se le tiene que imponer -con una actitud paternalista deplorable- a los que sí saben.
Si se les nombra a dedo para que puedan tomar decisiones difíciles e impopulares, es tanto como reconocer que los políticos elegidos por voluntad popular no son libres para tomar decisiones difíciles porque se juegan con ello su propio empleo; o, peor aun, es suponer que los ciudadanos están incapacitados para entender la necesidad de ciertas medidas costosas pero necesarias.
Poner a un tecnócrata para que tome decisiones con sentido pragmático, es tanto como reconocer que las ideologías son un estorbo, o que la técnica puede ejercerse al margen de las ideas, lo cual no deja de ser una ideología extrema.
No sé… lo mire por donde lo mire, no me convence nada el auge repentino de la tecnocracia. Más inquietud me surge cuando últimamente, y desde fuentes muy diversas, se ha lanzado la idea de la necesdad de entidades supranacionales que gobiernen el mundo global. ¡Qué miedo!
Las próximas semanas tendremos la oportunidad de hacer el experimento en tiempo real. Veremos qué funciona mejor, si un gobernante impuesto desde Bruselas o un gobernante elegido democráticamente (aunque ya he leído en algún lugar que a nosotros no nos van a imponer el presidente del gobierno, pero sí el ministro de economía…). Ojalá ganemos el partido, por muchas razones, pero también por el bien de la democracia y de la libertad.

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