Estaba pensando en escribir sobre el proyecto de Eurovegas en Barcelona, pero me encuentro hoy un artículo de opinión de Rafael de Ribot en la edición de Catalunya de Expansión que lo dice casi todo.
Después he estado comiendo con Humberto, un buen amigo y periodista, y, mientras nos tomábamos el café en una terraza aprovechando el fantástico sol de invierno del que hemos disfrutado en la Ciudad Condal, hemos vuelto a hablar del tema, y hemos llegado a la conclusión de que es un tema “muy poliédrico”, o, lo que viene a ser lo mismo, con muchos matices y de no fácil solución. Algunas de las cosas que han salido:
- ¿Nos creemos las fantásticas previsiones que nos están vendiendo? Todos sabemos con qué facilidad se construyen castillos en el aire; imaginar futuros es fácil, y las previsiones optimistas salen gratis… aunque pueden acabar por resultar muy caras.
- ¿Hay espacio para una reflexión moral sobre el tipo de negocio del que estamos hablando y la conveniencia de darle tanta presencia, o hay que dejarse de historias y ser más pragmáticos, porque no están los tiempos para consideraciones morales?
- ¿Qué tipo de personas, grupos, actividades atrae un negocio así? No ya los clientes puntuales que vienen a jugar y se marchan, sino el contexto que estás actividades crean para el asentamiento de otros grupos más o menos organizados que pueden dedicarse a otras actividades cuestionables o claramente delictivas?
- La doble moral que nos caracteriza. Nos inventamos en el imaginario colectivo un país que se asienta en el diseño, la innovación, los servicios de calidad, la gestión del talento,…; pero la realidad es que acabamos viviendo del turismo barato, las low-cost y el juego.
- ¿Responde, de verdad, este proyecto al modelo de país que queremos? Seamos más radicales: ¿tenemos un modelo de país? ¿No vamos más bien a salto de mata? Ayer tocaba ser hub; hoy toca ser casino y mañana tocará ser…
- Y quizás, lo más preocupante de toda esta historia: debemos estar muy mal para que la máxima autoridad del país “ponga tanto empeño” (hemos usado una expresión más coloquial, que voy a omitir por cortesía…) en hablar con Mr. Adelson, mostrarle las bondades de la ciudad y prometerle todo lo que haga falta para que se quede aquí.
Hace tiempo que sigo las noticias que se vienen publicando al respecto de este proyecto y no acabo de entender por qué se da tanta importancia ahora a la visita de este empresario americano. Quizá todo lo publicado anteriormente y que daba por hecha la inversión en Madrid no eran más que palabras, que por lo que veo es lo que sigue habiendo.
Sin embargo creo que es un ejemplo más de que habría que imponer un criterio más global, como país, por encima de los intereses particulares, y desde luego que no primen los intereses económicos cortoplacistas, sino que se tenga en cuenta el beneficio general. Hay seguramente proyectos más interesantes que habrá que ir a buscar y a los que comprometernos con Eurovegas nos puede impedir el acceso.
Muchas gracias por la reflexión, aunque sin duda no debemos dejar de explotar nuestra capacidad para explotar proyectos destinados hacia un público de turismo y ocio familiar y de calidad, y que en el pasado hemos dejado escapar y cambiado por un turismo de perfil bajo. Hagamonos valer y creamos en nuestras posibilidades.
Muy acertadas las reflexiones. Creo que el debate de fondo no está en qué ciudad es seleccionada, Madrid o Barcelona, para esta ciudad del juego.
Personalmente no me gusta la idea de que esto se instale en España. Me recuerda, en menor escala y siendo conceptos totalmente distintos, al boom inmobiliario. La similitud la establezco desde el punto de vista de modelos de crecimiento.
Ya hemos visto un modelo basado en el ladrillo que era «pan para hoy y hambre para mañana». Ahora podemos volver a caer en los mismos errores y como decís en vuestro análisis, a salto de mata y sin hacer bien el «business case» para el país, tomar decisiones precipitadas basadas en la urgencia económica.
Además, creo que debemos hacer una reflexión sobre qué modelo de vida y qué modelo de actividades tienen valor en nuestra sociedad y lo que estamos transmitiendo a las nuevas generaciones con estos ejemplos.
Yo quiero un país con cada vez mayor cualificación tanto académica como profesional, por un lado, y por otro, un modelo de crecimiento basado en otros principios como el fomento de la emprendeduría empresarial, que tan buena es en nuestro país aunque no tenga suficientes apoyos, la innovación entendida en sentido amplio como la conversión de ideas en riqueza, el aprovechamiento de las capacidades de sectores españoles tradicionalmente de mucho potencial como el diseño, la hostelería, la ingeniería, etc.
España ha destacado y destaca todavía hoy por sus buenos profesionales, muy bien formados en nuestras universidades y cotizados fuera de España, casi en todos los ámbitos. ¿Estamos aprovechando de forma adecuada desde el punto de vista productivo y de crecimiento país todo este potencial? Creo que no.
Efectivamente. ¿Queremos ser el Silicon Valley europeo o destino de turismo barato? ¿Queremos pasar de mano de obra no cualificada trabajando en la construcción a mano de obra no cualificada sirviendo mesas?
Estoy totalmente de acuerdo con el análisis. Defender este proyecto supone la consolidación de una economía de servicios de baja cualificación, que como hemos visto en esta crisis, es el sector que más sufre las crisis económicas por un bajo valor añadido con respecto a otros sectores que contribuyen con innovación a la economía y proporcionan un crecimiento sostenible.
Serìa más interesante que todos las exenciones y beneficios fiscales y de otra índole que las autoridades públicas están ofreciendo a este proyecto, las ofrecieran a negocios con mayor perspectiva de generación de valor añadido para la sociedad, aunque eventualmente con mayor riesgo. Pero sin riesgo no hay progreso.
Ya vemos lo que los megaproyectos impulsados por las Administraciones Públicas, con amplia repercusión mediática, han aportado realmente a la economía del país (Ocean World Race, Fórmula 1 …). Son proyectos consumidores de recursos públicos cuya rentabilidad para la sociedad está todavía por demostrar.