Quien haya jugado al ajedrez recordará aquellas largas partidas que acababan con un jugador en posesión del rey y el contrario con dos piezas. Se trataba entonces de acorralar al contrario hasta conseguir el jaque mate; la única esperanza que tenía el jugador en inferioridad era que el otro jugador le dejase sin posibilidad de mover, porque entonces la partida acababa en tablas. Nosotros decíamos que eso era «ahogar» al rey. Un fracaso para quien tenía superioridad en la partida; la única esperanza para quien partía en inferioridad.
Enrique Cobos, un buen amigo, enamorado del ajedrez y del periodismo, acaba de publicar un libro en el que, aparte de descubrirnos que a esa situación se la llama Zugzwang, aplica la teoría del ajedrez a la gestión de la comunicación en situaciones de crisis.
Sin ningún otro mérito que el mutuo aprecio forjado en los años en que Quique lleva trabajando en la Agrupación de Antiguos Alumnos de la Universidad de Navarra, he tenido el privilegio de escribir un corto prólogo en este libro hablando de la ética en situaciones de crisis, del que a continuación transcribo un extenso resumen:
El concepto de Zugzwang tiene mucho que ver con la ética y la gestión de momentos difíciles por parte de las empresas. En el ámbito de la ética empresarial es frecuente que los problemas se planteen en términos de dilemas: o despido a una parte de mis empleados o tengo que cerrar la empresa; o pago la comisión que me han pedido o el negocio se va al traste. Los dilemas pueden ser un reto, intelectualmente hablando; pero, en un sentido práctico, se trata de no caer en los dilemas. Cuando se llega a un dilema es porque, como en el Zugzwang, se han tomado malas decisiones en el pasado que han hecho que se acabe en una posición donde, hagas lo que hagas, vas a quedar en una situación peor de la que estabas.
En la ética, como en el ajedrez, se trata, en primer lugar, de “verlas venir”. Se trata de saber adelantarse a los acontecimientos: intentar ir una o dos jugadas por delante del contrario para adelantarse a sus movimientos y así evitar acabar encerrado en una situación necesariamente incómoda.
Pero, en fin, a veces, se llega al Zugzwang. Y es en esos “momentos de verdad” cuando nuestras convicciones morales y nuestros principios éticos se ponen a prueba. Ciertamente a la ética le gustan las sinergias positivas, no las confrontaciones negativas. En la actuación empresarial se trata de unir la eficiencia económica con las convicciones morales: se trata de hacer cosas buenas –de contribuir al desarrollo personal y social– de una forma eficiente. Se trata de ingeniárselas para que los dos aspectos puedan darse juntos, sin tener que excluir uno u otro. Pero, de vez en cuando hay situaciones donde esta conciliación no es posible y hay que decidir: ¿estoy por aquella alternativa que me hace ganar dinero aunque vaya en contra de mis convicciones, o estoy por mis convicciones aun sabiendo que esto me va a costar dinero? Un directivo empresarial debe intentar unir los resultados económicos con la ética y la responsabilidad social, pero donde de verdad se prueba hasta qué punto uno es firme en sus convicciones es cuando por ser ético o socialmente responsable uno pierde dinero o, al menos, deja de ganarlo.
Un jugador de ajedrez y una máquina funcionan de forma completamente distinta. Una máquina tiene una gran potencia de cálculo; está programada para ejecutar una serie de algoritmos a una velocidad vertiginosa hasta dar con la jugada óptima. A velocidad de cálculo no hay ser humano que pueda ganar a una máquina. El jugador tiene otras “ventajas competitivas”: su fuerza está en la experiencia, en la capacidad de aprender; también en la capacidad de improvisar, en la creatividad, en la imaginación. Cualquier decisión humana –y, por tanto, cualquier decisión empresarial– si de verdad lo es, no puede reducirse a un algoritmo de cálculo. Las técnicas son útiles, pero no son suficientes. La preparación técnica es necesaria, más aún en un mundo que es cada vez más complejo. Pero sería un error fiarlo todo a la preparación técnica. Las técnicas usadas sin un referente ético pueden causar estragos, como hemos visto en la crisis que estamos viviendo. A mayor preparación técnica, más necesario es un adecuado referente ético que oriente el uso de esas técnicas hacia el bien. Las decisiones no pueden ser sólo técnicamente óptimas; deben ser, sobre todo, prudentemente acertadas. Es la prudencia –apoyada en un sentido de justicia, en una moderación hacia el resultado fácil y en una disposición de luchar por lo que vale la pena– la que debe regir la actuación humana y profesional de las personas; es la prudencia –alimentada por la experiencia y el aprendizaje acumulados, animada por el ingenio y la creatividad (por no conformarse con hacer las cosas como siempre se han hecho), y ponderada por un sentido de oportunidad– la que permite distinguir entre una decisión inteligente y una decisión equivocada.
Hay un aspecto, de todos modos, en el que la ética y el ajedrez difieren. El ajedrez, como cualquier juego de suma cero, implica que para que uno gane, el otro pierda. Como mucho se puede quedar en tablas y repartirse los puntos. La ética, por el contrario, convierte cualquier acción humana en un juego de suma positiva. Con la ética podemos ganar todos: ¡se trata de que ganemos todos!
La ética sirve para saber adelantarse a los momentos difíciles, para saberlos gestionar adecuadamente, e incluso, llegado el caso, para convertirlos en una ocasión de mejora individual y colectiva. ¡Siempre hay salida!
I completely agree that inserting ethical behaviour into actions tends to imply a «positive sum game». In business ethics in particular, however, one faces the challenge presented by the idea engrained by the stock market of, as a first step, separating the entitlement to financial proceeds from any type of social responsibility and, as a next step, having convinced the general public that there is a trade-off between both.