La letra y el espíritu de la ley: el caso de la grúa municipal

Bajaba esta mañana por Avenida Pearson, cuando me he encontrado con la grúa municipal en el momento en que entraba en acción. Los que conozcáis la Avenida Pearson, sabréis que a estas alturas de año, con las clases acabadas (coincidimos frente por frente el IESE y un colegio de primaria), la calle está prácticamente desierta. El Ayuntamiento decidió, en la última remodelación de la calle, que había que poner más espacios para motos y quitárselos a los coches. Así que, un día como hoy, las plazas de motos están sin ocupar, aunque los conductores de coches se las vean y deseen para encontrar un sitio donde aparcar.

Pues subía una grúa por Pearson (que ya son ganas… claro que pudiendo trabajar cómodamente en Pearson, cualquiera trabaja en el centro de la ciudad quitando coches en doble fila…) cuando se ha percatado de un coche que estaba aparcado invadiendo los primeros dos puestos de la fila de motos (el resto de doscientos metros asignados para motos estaba, evidentemente, vacío). Así que ha frenado en seco y ha dado marcha atrás; uno de los empleados ha bajado de la grúa, se ha acercado al coche, ha comprobado que el coche estaba estacionado en una zona que no le correspondía, y se ha preparado para hacerle la foto previa a llevarse el coche. Cuando he vuelto a pasar por ahí al cabo de quince minutos, la grúa se estaba llevándose el coche, e incluso había aparecido otra segunda grúa, por si había más víctimas…

¿Estaba el coche mal estacionado? Sí. ¿Molestaba a alguien? No. ¿Estaba quitándole el espacio a alguna moto? En absoluto. ¿Tenían derecho la grúa a llevarse el coche y multarle? Seguro que sí. ¿Es éticamente correcta esta forma de funcionar? Tengo mis serias dudas.

En la ética hay una distinción básica que es el cumplimento estricto de lo que dice la ley frente a una interpretación correcta del sentido de la ley. Esto tiene incluso un nombre técnico, epiqueya, que se define como:

Un acto o hábito moral que permite al hombre eximirse de la observancia literal externa de una ley positiva con el fin de ser fiel al sentido de ella o a su espíritu auténtico.

Limitarse a aplicar el texto de la ley es más fácil. Por el contrario, aceptar que cualquier ley es imperfecta, que no puede considerar todos los casos, y que, por tanto, lo que hay que procurar es ajustarse a la intención por la que esa ley fue escrita, supone un mínimo de discrecionalidad que complica la vida de quien aplica la ley.

Las burocracias acaban por olvidarse de la epiqueya y se imitan a aplicar la ley: van por el camino fácil, pero acaban siendo injustas. Están en el otro extremo de los regímenes autoritarios, que acaban por hacer siempre una interpretación de la ley favorable a quien tiene el poder. Pero para no caer en la interpretación arbitraria de la ley no es preciso caer en la postura burocrática. Entre ambos extremos está la epiqueya, como una parte importante de la virtud de la justicia.

Y ahí tenemos de nuevo a la grúa. Un funcionamiento burocrático, convenientemente incentivado con unos objetivos por mes (y ya sabrán quienes trabajan en ese servicio, por experiencia, cuáles son los puntos de la ciudad donde es más fácil encontrar infractores, para acudir allí los últimos días de mes, si los objetivos peligran) que lleva a algo tan absurdo como llevarse un coche porque está aparcado ocupando dos plazas de motos en una calle completamente vacía en el extrarradio de la ciudad.

Podrán estar aplicando la letra de la ley, pero no el espíritu, que, entiendo yo, es prestar un servicio a los ciudadanos facilitándoles una circulación fluida y libre de obstáculos. Aunque claro, bien pensado, quizás no es este el espíritu de la ley… Si el espíritu de la ley es el afán recaudatorio, ¡caray!, ¡entonces sí que estaban aplicando bien la epiqueya!

One thought on “La letra y el espíritu de la ley: el caso de la grúa municipal

  1. Enlightening interpretation of the daily implications of living in a bureaucratising society.

    Interestingly and in contrast to the mentioned vehicle, in the very same street, in the mornings, one may almost without fault find a white Porsche conveniently parked on a busy roundabout, obviously, in front of a thick yellow stripe – even if there is ample space in the nearby car park. Strangely, this vehicle appears to remain invisible to the grua.

    Indeed, in a bureaucracy, «epiquaya» appears to be but a nuisance.

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