La ejecución del periodista James Foley ha suscitado una discusión colateral sobre la oportunidad de poner límites a la libertad de información: si se deben emitir o no las imágenes de su ejecución (noticia sobre el tema en CNN: James Foley beheading video: Would you watch it?).
El tema es interesante, porque de modo natural asumimos que a los derechos no hay que ponerles límite, cuando en la práctica sucede más bien lo contrario: como vivimos en sociedad, y tenemos que compaginar nuestras acciones con las acciones de los demás, estamos continuamente cediendo y limitando nuestros derechos en función del bien común de la sociedad. Esto sucede desde casos tan sencillos como que yo limito mi derecho a circular por donde quiera y respeto unas normas de circulación, hasta casos mucho más extremos como este que nos ocupa. ¿Tiene la libertad de información algún límite? Pues claro. ¿Tiene el derecho de expresión algún límite? También. En este caso, lo que se plantea es cómo hacer compatible el informar de una noticia trágica, como el asesinato de una persona, con otros criterios como, por ejemplo, no hacer “publicidad gratuita” a los asesinos, la sensibilidad de los espectadores (que, por cierto, hoy en día parece haberse reducido sólo a la sensibilidad hacia la violencia, cuando hay otros aspectos del ámbito privado que merecerían también ser vividos con la misma discreción), el respeto a la dignidad de las personas, o evitar crear una sensación de pánico colectivo. No hay una máquina de calcular cuándo y hasta dónde debe limitarse un derecho en función de un bien mayor. Una vez identificados los criterios, queda siempre a la decisión prudencial de cada uno. No hay respuestas únicas ni automáticas; por eso es posible el debate. Pero es un primer paso que aceptemos que “no todo vale”, y que a veces decir “no” es también un acto positivo y libre.