Hacia unos días asistí a una de esas presentaciones “motivacionales” en las que el orador, a partir de alguna experiencia personal o alguna situación extrema, propone algunas consecuencias y lecciones para la empresa.
La presentación -por el contenido y por la actuación del presentador-fue realmente buena. Lástima de… la frecuencia con que el presentador intercalaba en su discurso palabras -podríamos llamarles- malsonantes. Lo cierto es que ese caso no es una excepción. Tengo la sensación de que en los últimos años el uso de palabras que podrían sonar mal a los demás -incluso ofensivas- se está volviendo más frecuente, y que incluso nos estamos acostumbrando a oírlas… y a usarlas.
¿Es eso una forma de enriquecer el vocabulario –volviéndolo más cercano a la vida real? ¿O es una forma de empobrecer el vocabulario, rebajando la excelencia de la palabra a lo vulgar y soez?
Algunos colegas míos han trabajado el tema del uso responsable del lenguaje en aspectos concretos. Por ejemplo, en el uso de un vocabulario que no sea “sexista”. Pero, si queremos ser respetuosos con aspectos, como el género de las personas o la raza, ¿no deberíamos serlo también con otros aspectos, como por ejemplo, las convicciones religiosas, y restringir el uso de palabras y expresiones de origen religioso cuyo uso fuera de lugar puede herir las convicciones religiosas de las personas? ¿o evitar expresiones groseras que pueden herir la sensibilidad de la gente?
Hay culturas y entornos en las que el uso de palabras malsonantes es más frecuente que en otras. Todos lo habremos experimentado. A mi me sorprende, por ejemplo, el uso de tacos en las películas inglesas dobladas al español; sobre todo cuando, si escuchas la versión original –aparte de la sobreutilizada “f word”-, hay muchos menos tacos.
No niego que, de vez en cuando, un taco soltado a tiempo puede tener un efecto “liberador” -psicológicamente hablando- para quien lo emite, o “motivador” para quien lo escucha, pero cuando se vuelve habitual –incluso espontáneo, natural- deberíamos pensar si no hemos cruzado el umbral de la buena educación. En esta cuestión, como en tantas otras, hay escenarios claros sobre lo que es aceptable y sobre lo que no, pero hay una amplia zona de grises, en las que las cosas no están claras: ¿cuándo un lenguaje campechano se transforma en un lenguaje vulgar? Como la frontera no está clara, la recomendación, como en muchos otros temas, es evitar llegar a esa zona límite donde fácilmente se puede cruzar al otro lado; elevar el nivel de exigencia, para estar seguros de que alguien –con una sensibilidad distinta a la nuestra- no pueda sentirse molesto u ofendido por las cosas que decimos.
También es un aspecto de la responsabilidad asegurarnos de que lo que decimos –además de lo que hacemos- contribuye a crear entornos más respetuosos con las personas, incluso en esos pequeños detalles del tono de nuestras palabras.
Buen post, creo que hay que reprimir y evitar el uso de palabras vulgares o que suenan mal en las relaciones empresariales, no solo de forma natural por una cuestión de educación y ser «polite», sino por la imagen que damos frente a quien le pueda molestar, algo que ahí quedará y por supuesto no controlamos.
Saludos,
Montse
Hola Joan, es cierto que cuando estoy en reuniones escucho por parte de algunos directivos muchos tacos. No especialmente hirientes o utilizados con el animo de ofender sino como parte del vocabulario habitual. Creo que por encima de todo resta credibilidad a la argumentación que estas haciendo. No se ha de hablar igual en una reunión de trabajo que el viernes por la noche con tus amigos.
En cuanto a las sensibilidades particulares, cada uno tenemos las nuestras, pero como tú explicas en tus clases al hablar del soborno, la manera de no equivocarse es no utilizar ninguno. Somos humanos y a veces nos podemos olvidar pero es verdad que tenemos que evitar que se generalize.
Un saludo
Roberto