Vivimos tiempos difíciles y desconocidos. Ante lo desconocido es normal ser más prudentes y poner medidas extraordinarias. No es fácil dirigir en estas circunstancias, porque nunca decidirás a gusto de todos, y siempre habrá quien piense que eres un exagerado. Como ciudadanos nos corresponde obedecer las indicaciones que recibamos, siendo también ejemplares en esto.
Pero, a lo que íbamos… En tiempos de incertidumbre la ética es un valor seguro. Es como el ancla que permite a la nave no quedarse a la deriva en medio del temporal; nos da los principios y coordenadas para decidir cómo actuar de la mejor forma posible. La ética ayuda a establecer prioridades, lo cual es muy necesario cuando en situaciones complejas hay que atar muchos cabos, y cuando de cualquier decisión que se tome van a seguirse muchas y muy variadas consecuencias, no siempre a gusto de todos. Pero -como he dicho antes- esto es lo propio de dirigir.
Un principio que nos ayuda es aquel que dice que ante las responsabilidades hay que establecer un cierto orden: uno es más responsable de aquello que le es más cercano (entendiendo por cercanía a veces una cuestión puramente espacial: lo que me queda físicamente más cerca; a veces lo más cercano es aquello para lo que estoy más preparado, o aquello a lo que previamente me he comprometido; a veces será aquello que es más urgente); también uno es más responsable de aquello de lo que es más difícil que uno pueda ser sustituido: si no lo hago yo, no lo hará nadie.
Cuando se habla de responsabilidad social de la empresa, siempre se ha dicho que “la primera responsabilidad de la empresa empieza por dentro, por sus empleados “. Primero, porque en muchos casos son los físicamente más cercanos; pero aún cuando no lo sean, porque tenemos un compromiso previo con ellos mayor que con otros agentes sociales, y porque nadie puede sustituirme en lo que yo puedo -y debo- hacer por ellos.
En estas semanas este principio de responsabilidad se está poniendo a prueba. Y en circunstancias que pueden llegar a ser muy extremas. Estos días estamos viendo muchas empresas que se acogen a expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE). Es una figura contemplada en la legislación laboral, y convenientemente regulada. Desde el punto de vista legal, no hay nada que decir; en todo caso, las autoridades competentes deberán asegurarse de que se cumplen las condiciones previstas en la ley para acogerse a esta normativa, a saber, causas económicas, técnicas, organizativas o de producción o derivadas de fuerza mayor temporal.
Desde el punto de vista ético se puede hacer alguna consideración más. En la medida en que, primero, supone un cambio en las condiciones de trabajo – es mejor trabajar y cobrar un sueldo que cobrar el paro; como decía el recordado José Antonio Segarra, “trabajar es una cosa muy buena”- y, segundo, supone gravar a las arcas del Estado -puesto que tendrá que asumir las prestaciones de paro que correspondan en cada caso-, desde el punto de vista ético habría que hacer una llamada a la responsabilidad de las empresas hacia sus empleados y hacia la sociedad. Acogerse a un ERTE no debería ser la respuesta inmediata y primera a las dificultades económicas que las empresas vayan a tener estos días, sino que debería ser la última -o de las últimas-, después de haber agotado otras posibles alternativas que sean menos gravosas, o repartan el coste de una forma más equitativa entre todos.
No dudo de que hay muchas pequeñas y medianas empresas que no tienen más alternativa -o que ya han agotado otras alternativas- y deben acogerse a un ERTE para asegurar su continuidad. No hay nada que decir. Será una decisión no sólo legal, sino éticamente correcta. Pero puede haber otras empresas que antes de llegar a esa solución tengan otras alternativas, y lo ético sería que las estudiasen.
Recurramos a la historia. Cuentan que durante la crisis del petróleo en la década de los 70, muchas empresas se vieron en la necesidad de reducir los costes de personal. En Hewlett-Packard tomaron una decisión distinta: decidieron rebajar todas las retribuciones al personal en un diez por ciento -desde el presidente al último operario- y dejaron de trabajar un viernes de cada dos; esto les evitó tener que despedir a nadie. La ética nos ayuda a buscar formas creativas para salir de los dilemas: si planteamos el problema en términos de “o despido o cierro” empezamos mal.
Estos días, hemos visto, por ejemplo, a Inditex decir que va a esperar hasta el 15 de abril antes de plantear un ERTE, o decidir que suspendía el reparto de dividendo y provisionaba la cantidad por el posible impacto de la pandemia, y a sus altos cargos directivos decir que recortaban sus salarios. Bueno… algo es algo. Otras empresas, en cambio, se han apresurado a plantear ERTEs sin haber tenido prácticamente tiempo material para plantear otras alternativas. Y en otros países que no disponen de esta figura, han procedido directamente a despedir a miles de empleados. Uhmmmm! Qué quieres que te diga… Recordemos el ruido que se generó hace medio año, cuando el Business Roundatable dijo que había que reformular el propósito de las empresas para tener en cuenta los intereses de los demás stakeholders y no sólo de los inversores. Bien, pues ahora esas empresas tienen una buena ocasión para demostrarnos que no eran sólo palabras. Y algunas de ellas son las que están optando por esos despidos masivos.
La ética no va de heroicidades, aunque a veces hay que tomar decisiones heroicas, extraordinarias. Estos días habrá muchas acciones extraordinarias; muchas de las cuales no trascenderán, quedarán entre los implicados, y aun sólo en quienes las hagan. Otras sí trascenderán. Las empresas no sólo deben pensar en ser responsables, sino en ser ejemplares. Mejor dicho, parte de su responsabilidad pasa por ser ejemplares en sus conductas. Cuanto más poder, más responsabilidad y más obligación tenemos de ser responsables y ejemplares.