Dentro de poco, el magnate Sheldon Adelson, presidente de Las Vegas Sands Corp, dará a conocer la ubicación del complejo de juego Eurovegas, por el que compiten Barcelona y Madrid. Hay opiniones enfrentadas. Me fijaré en dos de ellas que han sido noticia recientemente.
El pasado 24 de agosto, Miquel Valls, presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona, declaraba que el proyecto de Eurovegas es “importantísimo para la economía catalana” y “puede situarla en una línea de primerísimo nivel turístico los próximos 30 años.”
El Sr. Valls minimizó la aportación del negocio del juego, que según él sólo tendría un peso del 5% en el proyecto, mientras que atraería más turismo internacional y gente para convenciones y congresos. No dejó de recordar los puestos de trabajo que crearía, ni la actual situación de crisis con un paro “absolutamente insoportable”.
Tengo dudas y preguntas. Me cuesta creer que atraerá mucha gente para convenciones y congresos, sobre todo “científicos”: ¿Es éste el caso de Las Vegas? ¿Qué tipos de negocios hay alrededor del juego? Barcelona tiene cifras récord de turismo por otros motivos que nos enorgullecen: ¿necesitamos recorrer a proyectos como Eurovegas para fomentar el turismo? Con todo respeto, pienso que aludir a la crisis y al paro en estos momentos es un tanto oportunista. ¿Qué se dirá cuando pase la crisis y Eurovegas quede instalada permanentemente? Pero, aunque todos los argumentos económicos fueran de recibo, habría que preguntarse por el “precio humano” a pagar. En otras palabras, ¿qué valoración moral merece el proyecto Eurovegas? ¿Qué dicen quienes tienen reconocida autoridad moral para pronunciarse?
Justo un día antes, el 23 de agosto, el abad de Montserrat, Josep Maria Soler, afirmaba que la creación del complejo de Eurovegas comporta «un precio humano al cual no se puede sobreponer ningún hipotético beneficio económico”. Afirmó: “No podemos favorecer prácticas que lleven a la degradación de la dignidad de las personas o las que aboquen a agredir su salud corporal y psicológica”. Recordó que el mundo del juego “suele tener aparejado el fomento de la ludopatía, la difusión de las drogas, la presencia de la prostitución e incluso el tráfico de personas.”
Se refirió también al impacto ecológico que tendrá Eurovegas y, sobre todo, manifestó su preocupación por los efectos que ocasionará a futuras generaciones: “La sociedad no puede exponerse a estilos de vida y convivencia que van en contra de los valores que, no sin dificultades, procuramos comunicar a las nuevas generaciones, como el trabajo abnegado, el esfuerzo para obtener resultados positivos, el amor a la tierra, el respeto a la persona, la solidaridad o la creatividad artística y empresarial”.
No es el único juicio moral negativo de una personalidad eclesiástica. Mons. Agustín Cortés, obispo de Sant Feliu de Llobregat, diócesis donde se ubicaría la mayor parte del proyecto, hace ya tiempo que se mostró muy crítico. Su postura recibió pleno apoyo de los obispos de la Tarraconense el pasado 30 de junio.
Estoy plenamente de acuerdo con el abad de Montserrat, también en que la “única salida sostenible” a la crisis se conseguirá generando una nueva cultura fundamentada “en un humanismo que vuelva a dar a la sociedad los valores que han sostenido y han hecho progresar la dignidad de las personas y la convivencia verdaderamente democrática”.
Una decisión economicista es aquella en la que el criterio económico es supremo y los criterios éticos quedan subordinados a los intereses económicos. Parece que éste es el caso de Eurovegas. El gobierno de la Generalitat no ha regateado gestiones ni concesiones para intentar conseguir que el proyecto Eurovegas se instale cerca de Barcelona. Pienso que su decisión figurará como una decisión economicista que se recordará por generaciones, y no será para bien. ¡Qué lástima!
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