La Banca Vaticana, formalmente conocida como ‘Instituto para las Obras de Religión’ (IOR) está, desde hace tiempo, en el punto de mira de muchas críticas. Las sospechas empezaron en 1982, con la quiebra del Banco Ambrosiano, del que IOR era accionista principal. Varios escándalos y hechos oscuros del Ambrosiano, que nunca fueron suficientemente esclarecidos, salpicaron el IOR y a algunos de sus directivos. Más recientemente, el IOR ha sido acusado de tener cuentas cifradas, detrás de las cuales habría personas que lo utilizarían para “blanquear dinero”, reciclando fondos de procedencia inconfesable. ¿Es cierto? ¿Se ha desviado el IOR de sus fines fundacionales?
El IOR fue creado en 1942 por el Papa XII como una institución jurídica dentro del Estado Vaticano. En la configuración actual, “el objetivo del Instituto es proporcionar a la custodia y administración de los bienes muebles e inmuebles transferidos o confiados al Instituto por personas físicas o jurídicas y destinados a obras de religión o de caridad.”
El IOR permite sacar rendimiento económico a los recursos depositados y financiar a las iglesias con mayores necesidades económicas situadas en países pobres. El capital recibido básicamente se invierte en bonos de Estado, en obligaciones y en el mercado interbancario. El IOR administra fondos por valor de 7.000 millones de euros, tiene 19.000 clientes de los cuales 5.200 son de instituciones católicas, que son titulares de más del 85% de los fondos administrados. Los otros 13.700 son empleados del Vaticano, religiosos y algunas categorías específicas como diplomáticos acreditados ante la Santa Sede.
Auque el IOR se conoce vulgarmente por Banca Vaticana no es un banco convencional. En palabras del actual presidente del IOR: “No somos un banco, no prestamos dinero, no hacemos inversiones directas, no operamos con contrapartes financieras. No especulamos con divisas o monedas. Nuestro principio es que recibimos dinero y lo invertimos en títulos de Estado, en obligaciones de sociedades y en el mercado interbancario, en el cual depositamos a una tasa de interés ligeramente más alto a aquel en que lo recibimos, de manera de poderle restituir el dinero a nuestros clientes en cualquier momento.” El margen entre el rendimiento de los activos del IOR y los intereses a los impositores puede ser de unos 55 millones de euros (alrededor de un 1% del capital) que quedan para Santa Sede y han de ser destinadas a los fines propios del IOR.
En 2010, Benedicto XVI promulgó una nueva ley, muy exigente, para prevenir el lavado de dinero en el IOR. Recientemente se están tomado otras medidas que van también en la buena dirección. Ernst von Freyberg, actual presidente del IOR, en una entrevista emitida por Radio Vaticana el 31 de mayo de 2013 (aquí en inglés) explicaba que, debido a los casos del pasado, el IOR no ha hecho honor al Santo Padre, “porque esta reputación oscurece el mensaje” y por ello la reputación hoy “es la tarea más importante que es necesario afrontar, más importante de lo que había pensado originariamente.»
El señor von Freyberg puso de relieve, sin embargo, que la reputación no siempre coincide con la realidad. “Mi mayor preocupación en este momento –afirmó– “no es hacer limpieza o poner en orden las cuentas corrientes irregulares” del IOR, “como pensaba antes de venir aquí”. Puesto que “hasta ahora no hay nada de todo esto que haya podido detectar”.
Preguntado sobre supuestas cuentas cifradas el número uno del IOR no dejaba dudas: “Es pura fantasía. No existen cuentas cifradas. Desde 1996 es técnicamente imposible con nuestro sistema abrir un depósito cifrado. Sería además contra la ley del Vaticano”. Y asegura: “He hecho los debidos controles y no hay cuentas cifradas.» Añadía que el “sistema está proyectado para prevenir el reciclaje de dinero sucio y el financiamiento del terrorismo.» A pesar de todo, El señor von Freyberg no se da por satisfecho y para recuperar la reputación del IOR ha puesto en marcha un conjunto de medidas. Pueden sintetizarse como sigue:
- Contratar a una de las mejores consultoras mundiales para “reescribir nuestro manual sobre cómo individuar las transacciones y clientes sospechosos y para re-controlar todas las cuentas.” (los estructuras y procedimientos serán operativos al final del verano).
- Controlar cada depósito individualmente (antes del final del presente año). Para ello se cuenta con varios consultores externos, “los más famosos a nivel mundial en el sector del antirreciclaje”, para examinar cada cuenta, estructura y procedimiento que identifique el reciclaje.
- Presentación de un informe anual, como lo hacen todas las instituciones financieras (se publicará el 1° de octubre en la web de IOR).
- Aplicar una política de tolerancia cero hacia los clientes o empleados que pudieran estar relacionados con actividades de reciclaje de dinero.
- Respetar las normas internacionales, aplicando incluso medidas más elevadas que las solicitadas por los bancos con quienes opera el IOR.
- Actuar con diligencia ante casos sospechosos. En el presente año se han detectado seis casos de presuntas irregularidades. Von Freyberg afirma: “Personalmente encuentro en mi escritorio cada semana los casos sospechosos y tengo reuniones semanales con los responsables empeñados en el antireciclaje”.
- Someterse a evaluación anual por parte del La Moneyval, el ente de la Unión Europea que se ocupa del antireciclaje. La Santa Sede se sometió a esta evaluación el año pasado y según el informe Moneyval publicado en el 2012, la Santa Sede tiene un sistema que funciona y no es considerada como una jurisdicción crítica.
La opinión pública es importante y las medios de comunicación actuales, incluyendo las redes sociales, crean o destruyen reputación a gran velocidad. El IOR no es una institución eclesial, sino una institución con personalidad jurídica adscrita al estado Vaticano, pero la opinión pública le cuesta hacer distingos y con facilidad asocian el IOR a la credibilidad de los mensajes procedentes del Vaticano, ya sea la Sede Apostólica o el propio Papa. El señor von Freyberg en la entrevista antes mencionada señalaba su meta: “que cuando se piensa ‘Vaticano’ no se piense en el IOR, sino que se escuchen las palabras del Papa”.
Medidas de transparencia como éstas puede ser un ejemplo a seguir por otras instancias eclesiásticas que, aunque no tengan un “banco” propio, manejan fondos financieros y sus modos de hacerlo pueden ser cuestionados. Como afirma un viejo refrán, “la mujer del César no sólo tiene que ser honrada, sino también parecerlo.” En temas como éste es aconsejable tomar como criterio: Ni “parecer” sin “ser”, ni “ser” y sin “parecer”.
Buen artículo. Gracias.
Zair