Me ha llamado la atención un libro que acaba de ser publicado (en inglés) con este título: La verdad sobre las mentiras en el lugar de trabajo. Cómo detectar mentirosos y qué hacer con ellos. La autora es Carol Kinsey Goman, consultora y experta en lenguaje corporal. Utiliza su experiencia y un fino sentido de la observación para escribir un libro atractivo y fácil de leer. Como era de esperar, por la profesión de la autora, no se trata de un libro académico, sino práctico. Con agilidad expone diversos modos y situaciones en que algunos mienten en el ámbito empresarial y qué se puede hacer para detectarlos.
No se ocupa de valorar moralmente la mentira, pero expone de un modo convincente las consecuencias de las mentiras para una organización empresarial. Afirma: “Las mentiras no son buenas en general, pero en el lugar de trabajo son especialmente venenosas. Pueden destruir el compromiso y la productividad de los empleados, socavar el trabajo en equipo, aumentar el estrés, arruinar los medios de vida de las personas, e incluso derribar empresas enteras.”
Expresa con detalles concretos lo que ya los pensadores medievales advirtieron: que la mentira rompe la confianza y que la veracidad es fundamental para una buena convivencia dentro y fuera de la empresa. Está también en línea con el adagio que afirma que “antes se coge al mentiroso que a un cojo”.
Es verdad que el engaño y la mentira, como sostiene este libro, pueden destruir relaciones, carreras y hasta empresas. Pero, hay algo más. Al mentir se degrada la propia palabra y se traiciona la confianza de otros en que uno diga la verdad. El primer perjudicado con la mentira es uno mismo: al mentir uno se hace mentiroso.
Con permiso de la autora, matizaría lo de que “las mentiras no son buenas en general”, aunque creo que adivino lo que quiere expresar. Las mentiras, cuando realmente lo son, son malas siempre, aunque muchos quiten valor a las “mentirijillas” o incluso hablen de “mentiras piadosas” (lo cual dicho sea de paso es una expresión contradictoria). No vale decir que no perjudican a nadie. Como decíamos, como mínimo perjudican a uno mismo, fomentado un hábito indeseable. Con frecuencia perjudican también a los demás, al tiempo que tienden a fomentar una cultura del engaño. En algunas ocasiones las mentiras son incluso ocasión de notorias injusticias.
Es claro que hay mentiras “útiles”, que ayudan a quedar bien, a no tener que dar demasiadas explicaciones, o lo que sea. Pero que sean útiles no significa que sean éticamente aceptables. Hay casos, sin embargo, que es lícito decir una falsedad como legítima defensa ante un injusto agresor cuando hay razones proporcionalmente graves. Un caso de libro en el contexto de la II Guerra Mundial, era negar que se escondiera a un judío ante la visita de la Gestapo. Nada que objetar. De aquí que convenga distinguir la mentira, que supone que el receptor espera o tiene derecho a aceptar como cierto lo que decimos, y la ocultación lícita de la verdad: hay secretos que deben ser guardados y muchas veces se logrará no hablando. Otros puede requerir actuar en legítima defensa.
En la mayoría de casos, sin embargo, no ha lugar a la legítima defensa porque no existe un injusto agresor y, por tanto, lo que se impone es decir la verdad.
En sentido positivo, y emulando a la autora citada, diríamos que la verdad genera confianza, fortifica relaciones y crea un excelente cultura de empresa. ¿Qué consecuencias prácticas tiene eso en dirección de empresa? Dejo la pregunta abierta. Pensemos en la selección y promoción de personal, comunicaciones corporativas internas y externas, creación de expectativas, informes, trato interpersonal en el día a día, …
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Al hilo de la reflexión anterior sobre las mentiras me vienen a la cabeza algunas ideas que quisiera compartir :
– en primer lugar que hay que decir la verdad para ser creíble y luego poder liderar a los subordinados. Sin credibilidad no hay buen liderazgo y sin un buen liderazgo las posibilidades de fracaso aumentan exponencialmente. Todo ello teniendo en cuenta también y matizado por las denominadas «mentiras útiles» (pero que sean «mentiras útiles” de verdad, sin auto engañarnos para justificar nuestras mentiras).
– en segundo lugar, que esto tiene que hacerse a todos los niveles, y el primero que tiene que hacerlo es la Dirección General o la propiedad de la empresa. Como dice el adagio, «hay que predicar con el ejemplo ……».
– en tercer lugar poner de relieve lo fácil que es decirlo, y lo difícil que a veces resulta ponerlo en práctica. Pero hay que hacerlo por el bien general (de la empresa, de los compañeros, de los colaboradores, de los proveedores, de los “stakeholers” en general). Si no, el sistema no funciona ……
– por último quisiera mencionar para la reflexión personal el comentario que me hizo un día un jefe que tuve y del que aprendí muchas cosas. Recuerdo que me dijo algo así como que “no hay peor mentira que las medias verdades”.
Atención pues a las medias verdades pueden resultar muy peligrosas …….
Un cordial saludo y buen verano a todos,
Francisco Amaro