El pasado mes de agosto he tenido ocasión de asistir al congreso anual de la Academy of Management, probablemente el más importante del mundo en su género, con más de 8.000 participantes distribuidos en múltiples divisiones. El tema general para este año da título a esta entrada: Capitalism in Question, un título sin duda expresivo, que dio lugar a una gran variedad de ponencias y sesiones.
El capitalismo como sistema económico parecía incuestionable después del fracaso de la economía centralizada, simbolizada por la caída del muro de Berlín y del éxito económico de China al adoptar el libre mercado –aun manteniendo un régimen comunista–, aparte del desarrollo experimentado en los países dónde existe libertad de mercado. Pero no es así. Los organizadores del congreso hacían notar que la reciente crisis económica y financiera, la austeridad adoptada en muchos lugares y el desempleo en tantos países, así como el surgimiento de muchos movimientos de protesta en todo el mundo han puesto en la agenda algunas grandes preguntas que atañen al sistema capitalista. Recordaban tres grandes características que distinguen al capitalismo de los sistemas económicos anteriores: a) la competencia de mercado entre empresas con fines de lucro, b) el empleo asalariado dentro de estas empresas y c) un gobierno limitado sobre mercado y empleo. Hacían notar que cada una de estas características produce importantes beneficios, pero también conlleva importantes costes económicos, sociales y medioambientales.
Se planteaban cuestiones cómo ¿qué tipo de sistema económico es el más adecuado para construir un mundo mejor? ¿Sigue siendo el sistema capitalista? Si es así, ¿qué tipo de capitalismo? Si no es así, ¿cuáles son las alternativas? Aunque en dirección de empresas no suelen hacerse este tipo de preguntas, las respuestas que pueden darse influye en planteamientos empresariales, empezando por el fin del lucro como motor de la empresa y siguiendo por la consideración de asalariado y la presión empresarial ejercida para aumentar o diminuir actuaciones de los gobiernos en la actividad económica.
Se han escuchado voces en muchos sentidos, aunque no escuchado a nadie que cuestionara el libre mercado. Algunos defendían la situación actual argumentando sobre su eficiencia para el crecimiento económico y el respeto que supone para la libertad individual. En el otro extremo, había quines enfatizaban la cooperación y una mayor intervención de los gobiernos en la actividad económica, incluso con cierta planificación económica. En medio estaban quienes propiciaban reformas con una visión más amplia de la empresa, viéndola como una institución que ha de buscar objetivos económicos, sociales y medioambientales. Se ha hablado de modelos conocidos como el de empleados-propietarios, junto con otros más recientes como el de empresas “híbridas” con objetivos tanto sociales como de lucro. Otras ideas vienen del denominado “capitalismo consciente” que incorpora la responsabilidad social de la empresa en todas y cada una de las decisiones y prácticas empresariales. Todo ello sin olvidar la necesidad de profundizar en la participación de los empleados en la gestión de la toma de decisiones y diversas propuestas sobre la función reguladora de los gobiernos.
Sean bienvenidos todas estas propuestas, pero hay que decir también que, aunque bienintencionadas, raramente se plantean el fondo de la cuestión, tratando de pensar sobre el sentido último de la actividad económica como servicio a las personas, el carácter personal del trabajo que le da dignidad y lo hacer merecedor de una especial consideración, o la contribución al bien común que proporciona legitimidad moral a la empresa y a la acción gubernamental. En general, se continua asignado funciones a la empresa con escaso fundamento antropológico. El trabajador se sigue viendo en términos exclusivamente económicos (asalariado, productor) y el gobierno de personas se enfoca a la gestión de conflictos. Creo que se precisa más filosofía de la empresa, primero en la investigación y después en la docencia. Algunos pensamos en ello desde hace tiempo, pero queda aún mucho trabajo hasta que entre plenamente en la «Academia».
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Me ha parecido interesantísimo la aportación final sobre «el sentido último de la actividad económica como servicio a las personas, el carácter personal del trabajo que le da dignidad y lo hace merecedor de una especial consideración, o la contribución al bien común que proporciona legitimidad moral a la empresa y a la acción gubernamental». Aunque está dicho de pasada me parece que recoje una profundidad tremenda:
1.- La actividad económica como actividad social: no sólo hay que decidir qué producir, quién y cómo (las preguntas tradicionales en economía), sino porqué producir y para qué producirlo.
2.- La dignidad del trabajo, donde las personas se desarrollan como personas, donde se encuentran con otros y donde constuyen un mundo (mejor o peor según los casos). ¿Están los puestos de trabajo diseñados para que cada empleado se convierta en mejor persona desarrollando ese trabajo?
3.- La búsqueda del bien común, es decir, la supeditación de los intereses individuales a los de los demás, los otros, nuestra sociedad.
Sin estas consideraciones las discusiones sobre la amplitud del mercado solo alcanzarán la superficie del problema y no el fondo como destaca el Profesor Melé.
Yo también opino como el Prof. Melé. Se trabaja la forma, pero no el fondo.
-De qué sirve una contabilidad técnicamente perfecta si luego la falseamos?
-Nos preocupamos por salarios y productividad de los trabajadores pero no por la salud o familia?
-Está bien que los gobiernos regulen, pero, ¿hasta qué punto reduce la capacidad de acción del ciudadano?
Parte de la solución también la ha estado dando este mes de agosto el Prof. Argandoña en su blog, criticando la excesiva racionalización de la Economía, acercándose a ciencias como la matemática o la física, y alejándose de otras como la sociología.
Las personas son personas, y los átomos son átomos. A cada uno que se le trate como se merece.