Acaba de conocerse una amplia trama de corrupción política, extendida a varios ayuntamientos y regiones autonómicas españolas. Como resultado de la denominada “operación púnica”, se han detenido a 51 personas, entre las que figuran conocidos políticos, funcionarios y empresarios.
Varios empresas constructoras, de obras y servicios energéticos lograron contratos públicos por 250 millones de euros en los últimos dos años mediante el pago de «comisiones ilegales» a ediles municipales y funcionarios que oscilaron entre el 2% y el 3%. Al parecer, los empresarios operaban utilizando intermediarios y sociedades pantalla, contando también con algún “consultor de servicios” con buenos contactos en algunas administraciones públicas. El dinero manejado supuestamente era “blanqueado” mediante una red societaria.
Se van a investigar varios delitos: blanqueo de dinero, falsificación de documentos, delitos fiscales, cohecho, tráfico de influencias, malversación de caudales, prevaricación, revelación de secretos, negociaciones prohibidas a funcionarios, fraudes contra la administración y pertenencia a organización criminal. Lógicamente, la retahíla de cargos no afecta a todos de igual manera.
¿Por qué lo hicieron?
Fijémonos en los executivos y empresarios involucrados en la trama. Expuestos los hechos, uno se pregunta por qué actuaron de este modo. ¿Les empujó la necesidad imperiosa de obtener adjudicaciones públicas, cuando éstas escaseaban debido a la crisis? ¿Buscaban salvar la empresa y los puestos de trabajo o simplemente aumentar sus beneficios? Si fue ésto último, poco hay que comentar. Si lo primero, se engañaron con una racionalización sin justificación ética. Aun suponiendo que buscaran un fin bueno, los medios fueron malos. Y no se puede razonablemente argumentar que un fin bueno justica unos medios malos. A este propósito, el escritor francés George Bernanos (1888-198) afirmaba que “el primer signo de corrupción en una sociedad que todavía está viva es que el fin justifica los medios”.
¿Pensaron quizá, al margen de toda consideración ética, que todo estaba muy bien organizado y que difícilmente los pillarían? Puede ser, pero tal presunción no funcionó. Es lo que ocurre con frecuencia: lo que se puede saber, más pronto o más tarde, acaba sabiéndose.
¿Un buen negocio?
Tal vez en un primer momento les pudo parecer que habían ganado la partida, dejando en la estacada a otras compañías que, en manos de directivos honrados, hubieran podido ofrecer un mejor precio y condiciones (de entrada, eliminando el coste de la supuesta comisión), lo que hubiera redundado en beneficio de todos.
No les salió bien. En realidad, involucrase en la corrupción nunca sale bien si consideramos el cuadro en su conjunto.Aunque la justicia humana no alcance a descubrir a los culpables, al actuar de modo corrupto, uno se corrompe a sí mismo y causa un grave daño a la sociedad . Las personas religiosas añadirían que es una grave ofensa que aparta de Dios. La corrupción es, en definitiva, una ruina personal, social y económica; es una ruina total.
A diferencia de otros ejemplos, en los que directivos y empresarios tratan de competir lealmente, con profesionalidad, sin traspasar los límites de la legalidad y la ética, a los denunciados les faltó sentido de legalidad y, sobre todo, sensibilidad moral.
¿Aprenderemos la lección?
Por desgracia, éste no es un caso aislado. Hemos conocidos otras tramas de corrupción política y empresarial, en las que se ha traficado con influencias y se ha pagado para obtener favores, desde sobornar para recalificar terrenos a obtener adjudicaciones de obras públicas. Muchos nos preguntamos, ¿hasta cuándo? ¿Nos daremos cuenta, por fin, de que con la corrupción todos perdemos?