Dos medios alemanes, el Stuttgarter Zeitung y el Süddeutsche Zeitung acaban de revelar una investigación en la hicieron inhalar emisiones de combustión de motores diésel a un grupo de 25 personas en una dependencia de la clínica universitaria de Aquisgrán. El objetivo debió ser determinar los efectos de estas emisiones, que contiene dióxido de nitrógeno (NO2), sobre el sistema respiratorio y sobre la circulación sanguínea y, en su caso, demostrar que no eran dañinas.
Según el diario Stuttgarter Zeitung, el director del Instituto de la clínica universitaria de Aquisgrán, Thomas Kraus, ha confirmado la existencia del estudio, añadiendo que su validez es limitada. En efecto, las personas investigadas no eran significativas de toda la población (enfermos del pulmón y con otras dolencias) y el NO2 representa solo una parte de los gases contaminantes que emiten los motores diésel.
A esto se añade otra información aparecida la semana pasada en el The New York Times. Este conocido periódico estadounidense señalaba un experimento parecido con monos, que fueron llevados a cabo en 2014 en el laboratorio Lovelace Biomedical de Alburquerque, Nuevo México. Había utilizado un Beetle 2013 de Volkswagen para hacer inhalar las emisiones a diez monos encerrados en una habitación, con similar objetivo que en el experimento realizado con personas.
Se apunta como responsable inmediato de ambos experimentos a la Asociación Europea de Estudios sobre la Salud y el Medio Ambiente en el Transporte (EUGT), una entidad fundada en 2007 por Volkswagen, BMW y Daimler, las tres marcas de automóviles más emblemáticas de Alemania y por Bosch, el mayor fabricante de componentes para automóviles del mundo.
Un portavoz de la empresa Daimler explicó que esta firma no tuvo ninguna influencia en la realización del experimento y que condenaba con energía, el experimento llevado a cabo por EUGT. Añadía: «Estamos conmocionados por la extensión y la implementación del estudio y condenamos los experimentos en los términos más enérgicos». Y añadía: «Hemos iniciado una investigación exhaustiva para determinar cómo pudo realizarse ese estudio, que contradice nuestros valores y principios éticos».
Hans Dieter Pötsch, presidente del Consejo de Supervisión de Volkswagen, también se ha distanciado de los experimentos, añadiendo que haría “todo lo que esté en sus manos para que esos sucesos se investiguen completamente y rinda cuentas de ello el que sea responsable.»
El Gobierno alemán también ha condenado la investigación enérgicamente y ha exigido una aclaración de las empresas. Steffan Seibert, portavoz de Angela Merkel, declaró: «Estas pruebas con monos e incluso con seres humanos no son, desde un punto de vista ético, de ninguna manera justificables (…) Lo que tienen que hacer los fabricantes de automóviles con las emisiones es reducirlas y no pretender demostrar que no son dañinas». De acuerdo.
No cabe duda que este tipo de investigaciones son contrarias a la dignidad humana. También falta al respeto debido a los animales, al poner en riesgo su salud sin un motivo suficientemente grave. Es contrario, además, a las normas recogidas en la mayoría de códigos de ética de la investigación. Es obvio que tiene interés conocer los efectos en la salud de los óxidos de nitrógeno de las emisiones de un motor diésel. No obstante, no sé qué falta hacía. Los efectos de los óxidos de nitrógeno sobre la salud son bien conocidos, y cabe diseñar simulaciones sin riesgos para la salud de personas y animales. Se optó, en cambio, por unos experientos nefastos que tenían, además, una validez limitada.
Quizá el fin último fuera mostrar que las emisiones del motor diésel no son tan dañinas como parece, y eso pudiera ser un reclamo publicitario. Pero aquí aplica también un conocido principio ético: el fin, aunque sea bueno, no justifica unos medios ilícitos. Dicho sea de pasada, el experimento ni siquiera parece muy inteligente: ¿Cómo iban a presentar los resultados ocultado cómo los habían llevado a cabo, cuando hoy todo acaba por saberse?
Sin duda se indagará sobre la responsabilidad de quienes llevaron a cabo el diseño y ejecución de esta investigación y se les exigirán responsabilidades. No sirve decir que el responsable fue EUGT, un organismo que, por cierto, dejó de existir en 2017. Detrás de cada organización o institución, siempre hay personas. También deben existir responsabilidades por parte de quiénes instigaron tal experimentación. No es difícil adivinar que fue alguien que tenía interés en los resultados.
El beneficio de la duda se concede a los altos directivos que dicen no saber nada. Sin embargo, una cultura empresarial con fuerte contenido ético y un seguimiento eficaz de temas éticos claves, quizá lo hubiera evitado. Ahora se impone una condena ejemplar que evite acciones parecidas en el futuro.