El pasado 5 de julio se dio a conocer un exhaustivo informe elaborado por un comité de 10 expertos, nombrados por la Dieta (Parlamento japonés), para investigar el accidente nuclear de Fukushima I que se inició el 11 de marzo de 2011: el accidente de mayor gravedad en esta industria desde el de Chernóbil (Rusia) en 1986. El informe, de 641 páginas, se publicó después de haber analizado los hechos y haber entrevistado a 1.167 personas durante 900 horas desde el pasado mes de diciembre. La causa inmediata del accidente fue el fortísimo terremoto de la costa oriental del Japón el 11 de marzo de 2011, seguido de maremoto (tsunami). El terremoto tuvo una magnitud de 8,9 grados MW (escala sismológica de magnitud de momento, que continua la escala de Richter que llega “sólo” hasta 7 grados). Por su parte, el maremoto creó olas de hasta 40,5 metros. Con el accidente, se produjo la fusión parcial de tres reactores nucleares y explosiones en los edificios que los albergaban, fallos en los sistemas de refrigeración y liberación de radiación al exterior, en el aire y en el mar (ver más información aquí). Veintitrés personas quedaron heridas, más de veinte afectadas por la contaminación y 147.000 personas tuvieron que ser evacuadas.
Para Tokyo Electric Power (Tepco), empresa propietaria y operadora de la planta, la causa del desastre fueron las grandes olas que golpearon la planta nuclear y destrozaron los sistemas de refrigeración eléctrica de sus reactores. Sin embargo, según el informe presentado, el accidente nuclear de Fukushima – afirma – fue “un tremendo desastre provocado por el hombre que se podría haber previsto y evitado (…). El informe añade: “Creemos que las causas fundamentales son los sistemas de organización y regulación que se basan en una lógica defectuosa en sus decisiones y acciones, y no un problema de un individuo en particular”. Termina acusando a “la connivencia entre el Gobierno, los reguladores y la empresa eléctrica Tepco, así como a su falta de diligencia”.
Dicho en términos éticos, hubo responsabilidad, ya que no se trata de algo fortuito, ni puede ser descrito como un desastre natural inevitable. Estamos ante un caso de responsabilidad por omisión con las dos condiciones necesarias y suficientes para que exista tal responsabilidad: obligación de hacer algo y capacidad de hacerlo, en dos palabras: deber y poder hacerlo.
Tepco no tomó las oportunas medidas antisísmicas y, además, parece que mintió al sostener que la central estaba preparada para seísmos y que los reactores no sufrieron daños por el terremoto, sino por el tsunami posterior. El informe, en cambio, señala que no se puede descartar que el reactor 1 sufriera daños por el seísmo. La falta de veracidad de Tepco es también manifiesta si, como se asegura, desde 2002, habría falsificado los controles de calidad.
También existe responsabilidad por omisión en el organismo regulador – la Agencia de Seguridad Nuclear e Industrial japonesa (Genshiryoku Anzen Hoanin), que no importó a su tiempo los nuevos avances en el conocimiento y la tecnología en seguridad nuclear que existían en el extranjero y por no exigir a Tepco que cumpliera con lo establecido.
La negligencia es extendible al gobierno nipón, que no actuó con diligencia en el plan de evacuación de población y en la mala e incompleta difusión de información sobre la radiación después del accidente.
Todo el caso está cargado de imprudencia, en primer lugar de Tepco, por no tomar las debidas medidas por un accidente cuyas consecuencias podían preverse muy graves. La imprudencia aparece también en el uso experimental de un combustible nuclear MOX – mezcla de óxidos de uranio y plutonio – utilizado en el reactor III y que es muy peligroso, especialmente en una planta sin todos los requisitos antisísmicos.
El esquema de fondo puede encontrarse en otros casos de ética empresarial. Falta de responsabilidad de una empresa, en primer término, que es favorecida por una negligente regulación o insuficiente vigilancia del gobierno o agencias gubernamentales.
Más cuestionable me parece la afirmación de culpabilizar a “una lógica defectuosa en sus decisiones y acciones, y no un problema de un individuo en particular”. Un modo de despersonalizar la responsabilidad, y echar la culpa al sistema. El sistema puede haber contribuido al accidente, pero las personas no son autómatas inmersos en un mecanismo con efectos perversos. Alguien diseñó el sistema. Además, en Tepco había personas que tenían que haber reaccionado. ¿Lo hicieron y fueros desoídos para no aumentar costes? No lo sé. En todo caso, hay lecciones para aprender y motivos para aumentar la sensibilidad en responsabilidad por omisión.
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