Hay una fuerte demanda social para esclarecer y superar los casos de corrupción y ciertas acusaciones que están en la mente de todos. ¿Es buena estrategia afirmar que todo se hace bien o que lo que se hizo mal es agua pasada? ¿Es de recibo buscar una justificación diciendo que también otros partidos tienen sus casos de corrupción? Se plantea una pregunta de fondo: ¿qué estrategia seguir para responder a los ataques de corrupción?
En dirección de empresas, desde hace años, se analizan cuatro posibles estrategias ante los ataques a supuestos comportamientos poco éticos que vulneran la reputación de una empresa. Pienso que, con los debidos matices, son también aplicables a los partidos políticos.
- La primera es sencillamente no responder a los ataques. Es una mala estrategia, salvo ataques poco creíbles o desacreditados por su propio contenido. Puede terminar en pérdida de reputación y con ataques contra la empresa. Defender que se ha hecho bien aquello que no se ataca, obviamente equivale a no responder a los ataques. Es el caso de auditar la contabilidad oficial cuando lo que se ataca es el uso de una contabilidad paralela con dinero B.
- Otra estrategia es de carácter defensivo. Se buscar justificar como ético aquello que se ataca. Es una buena estrategia cuando los ataques están basados en falsedades o en malas interpretaciones, pero muy mala si no es así. Tarde o temprano se podrá saber qué ocurrió y al descrédito anterior habrá que añadir los mentiras y engaños de una pretendida defensa.
- Hay una tercera estrategia de aceptación y cambio. Consiste en investigar a fondo y no negar los hechos, asumiendo en su caso, la correspondiente culpabilidad. Todo ello acompañado de un sincero cambio de actitud, ajustada a las demandas sociales en todo lo que tengan de verdad. Adoptar esta actitud requiere humildad y coraje moral, pero sus efectos para la institución suelen ser muy positivos, aunque no se noten de forma inmediata.
- La cuarta estrategia es pro-activa. La reacción de la empresa va por delante de las demandas sociales, al tiempo que se anticipa a otras críticas previsibles. Sobre todo trata de hacer las cosas bien no tanto por demanda social como por sentido de responsabilidad. Implica cambios, a veces drásticos, que lleven a una profunda regeneración moral. Esto último es lo que hizo, por ejemplo, Siemens, después de varios años de escandalosos sobornos en varios países, cambiando la consejero ejecutivo y otros directivos e implementado un costo programa para prevenir actuaciones parecidas.
¿Deberían los directivos de los partidos reflexionar sobre estas estrategias y aprender de las mejores prácticas, adaptándolas a sus circunstancias? Si no, que se atiendan a las consecuencias.
Publicado en La Vanguardia, 10 febrero 2013, p. 38.
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