Publicado en Expansión el 26 de noviembre de 2008.
Cuando una empresa quiere emitir bonos tiene que solicitar una calificación crediticia o “rating” que mide el riesgo de esa emisión. Cuanto más riesgo tenga la emisión, más tendrá que pagar el emisor para conseguir que le presten.
Esa tarea la hacen unas empresas privadas, cotizadas, que se denominan “agencias de rating”. Obviamente cobran unos honorarios del emisor. Aquí aparece el primer problema. La agencia de rating querrá mantener a su cliente y podría caer en la tentación de dar una opinión excesivamente positiva del emisor, para que éste siga encargándole el rating. Una posible solución a este conflicto de intereses, sería que los precios estuvieran tarifados e incluso que hubiera obligación de cambiar de agencia de rating de vez en cuando.
La escala de calificación de riesgo (en el caso de Standard & Poor’s), va de AAA para máxima calificación, a D para el caso de suspensión de pagos (default). Son en total 10 escalones. Pues bien, Lehman Brothers y AIG, en la fecha de su quiebra e intervención respectivamente, tenían una calificación de A, aproximadamente un 7 sobre 10. La que realmente les correspondía debía ser 0 ó 1 (una D o C). También, muchas de las emisiones de bonos titulizados, ahora llamados activos tóxicos, tenían alta calificación y por eso se vendían fácilmente. Es obvio que no se merecían esa alta calificación.
Aquí estamos ante el segundo problema: casi todos los inversores, y también el regulador, se fían totalmente del rating otorgado. Miles de millones se mueven basados en que el rating es correcto, o al menos bastante aproximado. Y eso no ha sido así.
¿Hay que estatalizar las agencias de rating? No creo que sea la mejor solución. Ahora bien, si el papel de las agencias de rating es tan crucial para la salud del sistema financiero, quizá se podrían tomar algunas medidas. Por ejemplo: sería deseable que la metodología utilizada para el rating fuera pública y replicable por cualquier entidad externa. También, que los datos que la empresa proporciona a la agencia de rating fueran públicos para todo el mundo, y no de acceso exclusivo para la agencia de rating. Quizá sería bueno también contar con mayor número de agencias y más competencia entre ellas. Y lo máximo sería si se las pudiera evaluar viendo su nivel de acierto en los rating que han concedido, una vez transcurridos uno, dos, o más años. Creo que estas medidas redundarían en una mayor transparencia y fiabilidad de los ratings y por ende en una mayor fortaleza del sistema financiero mundial.