Publicado en Expansión el 02 de diciembre de 2009.
Hace dos semanas escribía sobre el afán de los partidos de izquierda (y con raíz marxista) por conformar la conducta de las personas. Movidos quizá por la buena voluntad, piensan que nos hacen un bien cuando nos imponen sus regulaciones, para que así vivamos mejor y más felices.
Entre los ejemplos hipotéticos que puse, (sin ánimo de ser profeta) comentaba que el gobierno (en cualquiera de sus formatos: estatal, autonómico, municipal) acabaría regulando a qué temperatura debemos estar en nuestra casa. Pues bien, dicha regulación ya ha llegado. Y puedo asegurar que no tenía información privilegiada. En verano no podemos estar a menos de 26ºC y en invierno a no más de 21º. Motivo: hay que ahorrar energía. Quizá piensen además que es más conveniente para nuestra salud.
Es posible que exista un problema de sobre consumo de energía; la crisis me hace pensar que no, pero aceptémoslo. Pues bien, eso se arregla dejando que la energía tenga el precio de mercado y no un precio regulado y subvencionado inferior a su coste. El gobierno obliga a las compañías eléctricas a cobrar menos de lo que cuesta la energía y esto produce un sobre consumo (porque la energía es barata) y un déficit tarifario enorme: unos 15.000 millones de euros (equivalente a lo que se gastaba el Estado en el paro hasta el año 2008). Y ese déficit lo tendremos que pagar de nuestro bolsillo.
El problema es el de siempre: los partidos de izquierda no creen en la libertad del individuo, y mucho menos en la libertad de mercado. Piensan que ellos tienen que organizar hasta el más mínimo detalle del comportamiento humano para que la sociedad sea equitativa y razonable.
Esa visión sospechosa de la libertad se puede unir a otro factor. Un político aspira al poder, como las empresas aspiran a vender, el humo a subir o la piedra a caer. Está en su ADN. Si el poder se extiende a todos los detalles de la convivencia, más poder tiene el político. Tendremos que acudir a él continuamente para pedir favores y permisos, y él dará sus dádivas como un rey absoluto que se preocupa por sus ciudadanos.
Quizá a algunos les guste este modelo. Yo preferiría que el gobierno (insisto, en todos sus formatos) se dedicara a solucionar los problemas en vez de regular nuestra vida. O mejor aún, a crear unas reglas de juego donde cada uno podamos resolver nuestros problemas, cargando también con la responsabilidad de nuestras decisiones. Eso es vivir en libertad (y no en libertad vigilada).