Publicado en Expansión el 4 de enero de 2011.
Hemos acabado el 2010, un año muy complicado con tres crisis entrelazadas: crisis económica que afecta a toda la economía del país; crisis financiera, que afecta al sistema bancario; y crisis de deuda pública que afecta a la administración pública y su modo de gastar/administrar.
Los mercados han sido especialmente críticos con la situación de la economía española y sobre todo con sus finanzas públicas. Hemos tenido tres episodios de especial intensidad, en enero, mayo y noviembre. Los hemos salvado por los pelos.
Algunos comentaristas atacan a los mercados, a los que ven como tiburones ávidos de sangre, que buscan el enriquecimiento personal desmesurado a costa incluso hundir un país. Otros la emprenden con la Unión Europea y la Canciller Merkel como su epítome, que nos resta soberanía económica (capacidad de decisión/maniobra).
Es cierto que los mercados, y los mercados son personas, quizá buscan sólo su propio beneficio, son cortoplacistas y sobre-reaccionan. Pero, a la postre, cumplen una función que a nosotros nos viene muy bien: llaman la atención sobre cosas que van o pueden ir mal. Son una señal de alarma que “obligan” a nuestros gobernantes a actuar y eso es ya muy, pero que muy bueno.
Europa, ciertamente restringe, y mucho, la libertad del gobierno para hacer lo que quiera. ¡Menos mal! Gracias a Europa, el gobierno español se ve forzado a tomar medidas, que quizá sin presión externa no habría tomado. Europa nos pone unas reglas de juego en lo económico que el gobierno no se puede saltar. Esas restricciones son una garantía para los ciudadanos.
Y esto me lleva a otra consideración, más audaz. Si el gobierno está lejos (caso de la Unión Europea), establecerá unas reglas, presumiblemente sensatas, e iguales para todos. Esas reglas se ponen buscando el beneficio del país (de todos los ciudadanos) y sin tener en cuenta el coste electoral a corto plazo para el gobernante que las tiene que aplicar. Se evita así que el gobernante tome decisiones que le darán muchos votos a corto plazo, pero que hundirán al país y al ciudadano a largo plazo.
Siempre pensé que el gobierno cuanto más cercano al ciudadano mejor. Ahora pienso que no: cuanto más lejano mejor. Que el gobierno ponga las reglas de juego, iguales para todos, independientemente de su color político; y que las aplique igual para todos. Para eso, es mejor estar lejos que estar cerca.
Quizá es una tesis atrevida. De momento me quedo con lo dicho. Gracias Europa, por que nos facilitas la salida de este lío en que estamos y nos han metido.