Artículo publicado en Expansión el 27 de julio de 2011.
Desde que empezó la crisis (allá por el 2007/08) los mercados de deuda están en el epicentro de todas las convulsiones. La prima de riesgo se ha convertido en el termómetro de la virulencia de la crisis. El ciudadano habla de la prima de riesgo como si del precio de la gasolina se tratara. (bueno, viene bien tener culturilla financiera).
Los políticos de izquierda denostan a los mercados y se quejan de su tiranía. Los de derechas los defienden, pues son un indicador del gato público desbocado. Todos, de un bando y de otro, los usan cuando les conviene, para apoyar sus propios intereses partidistas.
El ciudadano no entiende muy bien qué es esto de los mercados, que tanta fuerza tienen. Piensa que el mercado es un ente abstracto de sabiduría superior que juzga a todos, condenando a unos y absolviendo a otros. Y que nada se puede hacer contra su dictamen. Algo así como la judicatura.
Pues no es así. El mercado lo forman un conjunto de empresas que se dedican a comprar y vender bonos del estado y seguros de impago sobre esos bonos. Las empresas (normalmente bancos de inversión) están formadas por individuos normales y corrientes, eso sí, bastante listos y con ganas de ganar mucha, pero que mucha pasta. Como cualquier individuo, sufren sus pánicos y sus euforias y eso hace que compren como locos o que vendan en desbandada, produciendo altas y bajas repentinas en los precios.
¿Conviene escuchar al mercado? Creo que sí. Pero no cuando el mercado está muy volátil, es decir cuando sube y baja mucho en pocos días. Y desde luego, no conviene en absoluto, seguir a pies juntillas lo que dice. Pues hoy puede decir blanco y mañana, con el mismo desparpajo, decir negro (en eso se parecen a los políticos).
Y no conviene prestarles demasiada atención, tampoco en los medios de comunicación, porque pueden, de hecho producen, reacciones de pánico en los ciudadanos, consumidores, empresarios, inversores, que complican todavía más la situación económica. Si yo me dedico a decir que la empresa X no tiene dinero para devolver sus deudas, algún banco se lo acabará creyendo y no le prestará; otros bancos se asustarán al ver que un banco deja de prestarle y al final la empresa X suspenderá pagos por falta de financiación. Y yo resultaré un profeta que supo prever que la empresa X iba a hundirse. El ejemplo suena a parodia, pero puede llegar a ser real.