Tras la caída del muro de Berlín en 1989, muchos suponían que el capitalismo era, sin duda, el sistema definitivamente triunfador. La alternativa a la economía centralizada como alternativa a la economía de mercado había llevado a la ruina a la todopoderosa Unión Soviética y a sus países satélites. Sin embargo, ahora, tras la profunda y prolongada crisis económica iniciada en 2008, muchos cuestionan el capitalismo y afirman que “el capitalismo está en crisis”, aunque sin saber a ciencia cierta cuál pueda ser su alternativa.
Pero, ¿de qué capitalismo estamos hablando? ¿Existe acaso una sola forma de capitalismo? Michael Albert, en su lúcido libro Capitalismo contra capitalismo, publicado en 1991 (en España en 1992, por la editorial Paidós), argumentaba que existen diversas formas de capitalismo, y así ha sido desde sus inicios. En su estudio, Albert contrasta dos formas antagónicas de capitalismo actual, el anglosajón, especialmente localizado en los Estados Unidos, y el renano, aplicado sobre todo en Alemania y gran parte de Europa. ¿Cuál de ellos está en crisis? ¿Lo están los dos?
Si por capitalismo entendemos economía de mercado, en la que se respeta la libertad de comerciar, emprender y contratar dentro de su sólido marco ético-jurídico, no parece que esté en crisis, al menos en sentido genérico. Pero puede cuestionarse el futuro del capitalismo, si por tal concepto entendemos sólo la acumulación de capital y una libertad económica ilimitada y a merced de la codicia. Un capitalismo en el que no importan lo más mínimo las personas, sino su instrumentalización para alcanzar este objetivo, y tampoco la explotación desmesurada del medioambiente natural.
Pero, además de considerar diversos modos de entender el capitalismo, para una correcta comprensión de este concepto habría que empezar por analizar qué es capital y qué formas existen de “capital”. He leído una nota de prensa de una conferencia impartida recientemente por Peter Bakker, presidente del WBCSD (World Business Council for Sustainable Development) que me ha gustado. En ella señalaba que el capitalismo – mejor diría “economía de mercado” – sigue siendo un conducto poderoso para lograr la transición hacia un futuro sostenible, a condición de que las externalidades ambientales y las contribuciones sociales se vean reflejadas adecuadamente en la valoración de empresas. Daba también una definición de “capitalista”. Afirmaba: “Un capitalista es alguien que optimiza el rendimiento del capital utilizado.” Ahora bien, “el error del modelo económico actual es que se centra exclusivamente en la optimización de la rentabilidad del capital financiero. Tenemos que añadir dos elementos más al capital financiero: el capital natural o ambiental y el capital social, y decirle a los capitalistas que trabajen en optimizar esto.”
Me parece atinado, aunque añadiría otra forma de capital, el “capital humano”, que seguramente Bakker incluye dentro del capital social, pero no es lo mismo. Así, pues, parece importante distinguir cuatro formas de capital:
Capital financiero, que se refiere al dinero utilizado por las empresas para comprar lo que necesitan para fabricar y/o comercializar sus productos o prestar sus servicios.
Capital humano, entendido como la capacidad productiva y con rentabilidad económica de las personas. Es debida a su formación, experiencia, habilidades, carácter moral y fuerza espiritual. Para obtener este capital se ha invertido tiempo, trabajo y quizá también dinero. El capital humano está en los atributos de cada persona, pero puede tener también rentabilidad social por la interacción entre las personas.
Capital social, que se refiere al valor económico derivado de la unidad y voluntad de cooperación entre personas y grupos sociales. Disminuye los costes de transacción. Está relacionado con la confianza existente, las redes sociales establecidas y la cohesión interpersonal y social.
Capital natural o medioambiental, o valor productivo de los recursos naturales más allá de su transformación inmediata. Debidamente gestionados pueden producir una “renta natural” de bienes y servicios valiosos en el futuro. Así, el capital natural de un bosque gestionado de un modo sostenible puede proporcionar un ingreso continuo natural de madera, caza, agua y esparcimiento.
Estas cuatro formas de capital se ven afectadas por el dinamismo del proceso económico. Todas ellas deberían ser consideradas y valoradas. Para ello se necesitan nuevos desarrollos teóricos y una legislación consistente. Pero, antes que nada, un cambio de mentalidad respecto al capital, y entender las diversas formas existentes en cada situación. Una tarea inmensa pero, a mi juicio, inaplazable.
Esta entrada también está disponible en: Catalán