Publicado en Expansión el 21 de enero de 2009.
Con frecuencia oigo el comentario acerca de las muchas horas que los directivos, en España, dedican al trabajo. Empezar a las 9 (o antes) y acabar a las 8 ó 9 es habitual. Llevarse trabajo a casa o utilizar algún fin de semana al mes para un viaje profesional es práctica común.
No ocurre así en otros países. En Alemania, Reino Unido o Estados Unidos la práctica habitual es acabar a las 5 ó 6pm, quizá porque tienen la sana costumbre de cenar hacia las 7 pm en lugar de hacia las 9 ó 10. Es sabido que la cena y la comida ponen el tope a la jornada laboral (¡el estómago es un buen despertador!).
En la mayoría de los países la semana laboral es de 40 horas. Por tanto, con 40 horas debería ser suficiente. Eso sí, y esto es importante, horas de 60 minutos, no horas de 40 minutos interrumpidas con llamadas, chascarrillos y otras gestiones personales.
Tendemos a mirar bien al que dedica horas sin fin, aunque sus resultados no sean muy buenos (“no es brillante, pero es muy currante”) y miramos con recelo a aquellos que cumplen estrictamente el horario, aunque sus resultados sean satisfactorios (“es listo, pero no curra”). En definitiva, en el trabajo premiamos la cantidad y no la calidad. Esto me recuerda las antiguas tesis doctorales de 500 a 1000 páginas con el objetivo de “aprobar al peso”. Pues bien, en el trabajo parece que intentamos aprobar al peso.
Me parece una mala práctica. Creo que deberíamos poner más énfasis en la calidad del trabajo realizado y no tanto en la cantidad. Quizá deberíamos marcar objetivos a cada persona, adecuados a una dedicación normal de 40 horas semanales y ya está. Si la persona los cumple, pues entonces no hace falta que trabaje más horas. Si no los cumple, sólo puede ser porque los objetivos eran demasiado ambiciosos (irreales) o es que la persona no tiene las cualidades necesarias para el puesto y habrá que reposicionarla en otra función, o es que es un vago y hay que echarlo. En definitiva, poner objetivos, dejar hacer y luego evaluar.
Creo que un directivo debe tener la cabezada despejada y abierta para ver lo que hacen otros y para pensar, pues es así como mejorará la actividad de su empresa. Pero es muy difícil ser creativo, mejorar, prever el futuro, si uno está inmerso 10-12 horas diarias en el día a día. En definitiva, menos horas y de más calidad, medir por objetivos y no por número de horas de dedicación.