Publicado en Expansión el 18 de febrero de 2009.
He asistido a una conferencia del Prof. Riverola en la que resumía las tesis de su libro Opera y Operaciones (autores Profs. Muñoz-Seca y Riverola). Resumo aquí algunas (sólo algunas) de sus tesis.
Hasta la década de los 40-50 y mientras predominaba la economía industrial, el trabajo era básicamente mano de obra. Se contrataban “las manos del empleado”, su fuerza física o su destreza, para hacer una tarea más bien mecánica y en la que no se requería pensar mucho. Su trabajo podía ser sustituido fácilmente por una máquina. A partir de los 50-60 se empiezan a introducir las teorías de la motivación. Se intentaba mover el corazón del empleado para que su trabajo fuera más productivo. Se contrataban no sólo las manos del empleado, sino también se pretendía “ganar su corazón” para que se adhiriera a la causa de la empresa.
Pues bien, hoy en el siglo XXI, y con predominio de la economía de servicios y con máquinas que ya hacen las tareas mecánicas, lo que se contrata es el “cerebro del empleado”. Por eso los Profs. Muñoz-Seca y Riverola hablan de “cerebro de obra”.
El problema surge cuando uno quiere dirigir “el cerebro de obra” como si fuera “mano de obra”. El resultado es que no funciona. En esta conferencia el Prof. Riverola planteó a un grupo de directivos esta pregunta “¿pensáis que vuestros colaboradores os obedecen?” La respuesta mayoritaria fue: “más bien no”, “me cuesta mucho convencerles, hay que explicarlo todo”, etc. Esto genera una cierta frustración en el directivo, sobre todo si ya tiene una cierta edad (digamos los 50) y se ha educado en otra “cultura de gestión”.
¿Y qué hay que hacer para dirigir al “cerebro de obra”? Pues, hacerle trabajar. Algunas directrices pueden ser estas. En primer lugar hay que darle “retos” que le estimulen a pensar y no tareas “rutinarias” que aburren porque no le obligan a pensar. Luego, hay que darle “libertad de acción”, fijar el objetivo y que él espabile y piense cuál es el mejor modo para conseguirlo. No darle todo hecho, porque entonces el cerebro no trabaja y el “cerebro de obra” pierde interés en la tarea. No es conveniente controlar mucho, pero sí ser firme en el cumplimiento de los objetivos.
Al cerebro de obra se le aplica bien lo de “vencéis pero no convencéis”. Hay que convencerle del proyecto a realizar. Con la simple orden “esto es así y punto”, el “cerebro de obra” se limitará al mero cumplimiento, que podría traducirse por “cumplo y miento” y habremos perdido todo su potencial.