Publicado en Expansión el 18 de noviembre de 2009.
Refiriéndonos a un personaje importante de la escena política europea, un amigo común, me comentó: “‘fulanito’ era maoísta en su juventud”. Yo, sorprendido, respondí: “pues no se le nota, parece muy liberal y sensato” (perdónenme los lectores que sean maoístas). Mi amigo replicó: “no te equivoques Eduardo. Aunque fulanito es sensato, todavía se le nota su aspiración a la “ingeniería social”, propia de las personas con formación marxista en sus orígenes”. Fue oír la frase y pensar: “bingo, ahora entiendo lo que les ocurre a muchos gobiernos de izquierda”.
La ingeniería social es esa pretensión de los gobiernos de modelar la conducta de las personas en todos los aspectos de nuestra vida. Parte de la creencia (es una creencia, pues no ha sido comprobada empíricamente) de que las personas no actuamos bien casi nunca, nos equivocamos las más de las veces y elegimos modos de vida erróneos. Por ello, es imprescindible la actuación del Estado que regule y normativice nuestra conducta para conseguir la vida feliz que por nosotros mismos no alcanzaríamos.
La ingeniería social lo abarca todo o casi todo: decide donde debemos educar a nuestros hijos. O mejor, no los eduque usted, que no tiene formación, ya lo hace el Estado por usted. Por supuesto, la educación moral (incluida la sexual) la da también el Estado. ¿Y por qué? Porque yo tengo unas ideas erróneas y contraproducentes sobre la sexualidad, la moral y los valores cívicos, y no contribuyo a educar hombres modernos para una sociedad abierta y tolerante.
La ingeniería social regula la temperatura de la calefacción de mi casa, el tipo de historia que debo estudiar, etc. Si usted es comerciante, olvídese de la libertad de mercado: no podrá poner los precios que quiera (las rebajas fuera de fecha son ilegales), tampoco podrá abrir cuando quiera, etc. Todo está regulado y lo que no lo está, lo acabará estando.
La ingeniería social no cree en la libertad del individuo y por tanto tampoco en su responsabilidad. Si alguien hizo algo mal, no es su culpa, es culpa del “sistema” que no lo impidió. No saben que la libertad crea mucha felicidad, pero tiene sus costes y sus riesgos. Y con ello, por cada conducta inadecuada aumentan más y más las normativas y restricciones.
No estoy en contra de las reglas. Pero las reglas deben ser para facilitar la convivencia y no para transformar al individuo. Para trasformar al individuo se requieren ideas y no reglas. Las muchas reglas anulan la libertad y este es el camino directo para una sociedad con menos iniciativa y más infeliz. Es sólo una opinión.