Publicado en Expansión el 28 de abril de 2010.
La semana pasada ha sido pródiga en peticiones de ayuda a la Administración Pública, por parte de diversos sectores. Cito algunos ejemplos que han recibido más atención en la prensa.
Las compañías aéreas dicen que han perdido mucho dinero con el volcán de Islandia. Solicitan ayudas públicas. La unión europea se lo está pensando. El Ministro José Blanco ha declarado que están estudiando el tema. Mal precedente, pues lo mismo podrían decir los del textil de invierno en un invierno cálido o los de la nieve en un invierno sin nieve, o los de… todos, pues todos tenemos algún año malo. ¿Por qué a las compañías aéreas sí y a los demás no?
Las diversas asociaciones que agrupan a los productores de energías renovables han formado un único lobby. Objetivo: presionar al gobierno para que no disminuya las subvenciones a la energía renovable.
El sector turístico está perdiendo competitividad y apenas crece. Piden ayudas para la reconversión del sector. La lista de peticiones de ayuda podría continuar.
Es lógico que el que está necesitado defienda sus intereses y pida todo lo que pueda: “el que no llora no mama”, que dice el refrán. Pero también es lógico que la Administración Pública defienda nuestro dinero y no dé alegremente las ayudas, por mucha presión que reciba. Gobernar es también saber decir que no, aunque sea impopular y reste “aprobación en las encuestas” en el corto plazo. “Contra el vicio de pedir, la virtud de no dar”.
Las razones que veo para decir no, son las siguientes. El dinero público es dinero de todos, y en su mayoría de gente con salarios muy bajos. Es injusto que vaya a unos pocos y no a todos.
La ubre de la Administración Pública no es infinita, y hoy por hoy no da para más: tenemos una deuda del 55% del PIB. Con el gasto ya comprometido y el déficit que tendremos en el 2010, llegaremos al 70%. Y a partir de ahí será difícil que nos presten más dinero si no reducimos el déficit drásticamente y para ello hay que empezar por gastar mucho menos, pero que mucho menos.
Pero la razón fundamental es que para tener un país próspero necesitamos la iniciativa y la responsabilidad individual de cada persona y cada institución. Nada peor para una sociedad que educar a los ciudadanos y a las instituciones en la creencia de que si tienen un problema el estado o alguien se lo resolverá.