Publicado en Expansión el 07 de septiembre de 2010.
Existe una corriente de pensamiento muy amplia que desconfía de la economía de mercado, y en el fondo de la libertad del individuo. Está corriente incluye desde los socialistas (sea vertiente comunista, marxista, socialdemócrata, etc.), hasta los verdes. No digo que todos estén en contra de la economía de mercado; simplemente la ven con cierto recelo. Piensan que el mejor garante del bienestar del individuo es el estado. Se preocupan mucho por el bien de la sociedad, pero no sé si tanto por el bien de las personas concretas que forman esa sociedad.
En el furor de la crisis financiera (otoño 2008 a invierno 2009) esta corriente se ha hecho oír y fuerte: comentarios sobre el fracaso del capitalismo, la necesidad de que el gobierno intervenga más en la economía, etc. Una especia de vuelta al keynesianismo. Una desconfianza general en el mercado y una confianza en el estado salvador.
He de confesar que hasta el más liberal de los liberales puede dudar, cuando la corriente contraria es tan fuerte y tan extendida. Pero mucho más, cuando ves los despidos y el sufrimiento causado por los desmanes de algunas empresas (sobre todo en el sector financiero norteamericano). Los defensores del intervencionismo dicen, con frase feliz: “la persona está por encima del mercado”. Estamos de acuerdo… y la duda se convierte en “comezón de conciencia” cuando uno mantiene una fe cristiana comprometida con el valor de la persona. Y sin embargo todo esto, en mi opinión, encierra un sofisma.
El problema está en que “algunas personas están por encima del mercado” (frase de mi amigo Mateu). Son algunos, los que se han saltado las reglas del juego, con la vista gorda o incluso con el apoyo o connivencia del poder político (sea autonómico, municipal o estatal). Sus comportamientos han contribuido a la crisis.
Está demostrado que el mejor sistema para facilitar el bienestar económico de cada persona es la libertad de mercado. La evidencia al respecto es enorme (ya mencionada en artículos anteriores de esta columna). Los líos vienen cuando se empieza a regular a diestro y siniestro, favoreciendo a unos pocos que tienen más poder político, económico o mediático (los que vociferan más) y la factura la tenemos que pagar los demás.
Creo que hay que prestar más atención a la persona y menos a la sociedad. Cómo organizar la sociedad, hoy en día ya no es un tema ideológico, sino de pura eficiencia: ver qué sistema funciona mejor (sea en educación, en transporte, en sanidad, etc.) y siempre buscando que la persona esté mejor atendida.