Publicado en Expansión el 22 de abril de 2009.
Concluyo el Zeppelín inmobiliario con un resumen de lo expuesto hasta ahora (para los que han seguido el serial, disculpen la repetición).
Del 2003 al 2007 hemos construido unas 700 mil viviendas/año. Ahora construimos 250 mil. La contribución al PIB era de unos 150 mil millones de euros, o un 15% del PIB; ahora será de 50.000 y un 5% del PIB. El empleo en construcción de vivienda era de unos 2,2 millones, ahora previsiblemente será de 0,7, por lo que se generarán 1,5 millones de parados que vienen a costar (a 20.000€/parado) unos 30 mil millones (un 10% del presupuestos del sector público).
El precio promedio de una vivienda en España es 12 veces el salario promedio (frente a 4 veces en USA y 5 en Gran Bretaña). Dedicamos más de un 50% del salario neto al pago de vivienda, frente a un 30% de hace 10 años. Este 30% es, además, el promedio europeo. En 7 años (del 2000 al 2007) el precio de los pisos se duplicó, creciendo un 12% anual, mientras que los salarios apenas crecieron el 3%.
¿Y de quien es la culpa de todo esto? Pues suele suceder que cuando el “tomate” es gordo, los culpables son muchos. Los ayuntamientos se han venido financiando en buena parte con el sector inmobiliario. Han permitido o provocado que el precio del suelo subiera por las nubes, con el consiguiente encarecimiento de los pisos. Los bancos y cajas han dado financiación para comprar o construir esos pisos por caros que fueran. Y eso porque querían crecer (o no perder cuota) en el mercado crediticio. No se ha prestado suficiente atención al riesgo que conllevaban semejantes créditos. Y el inversor, por último, siguió creyendo que los precios de los pisos nunca bajarían, al contrario de lo que ocurre en nuestro entorno. Al final, lo de siempre, “entre todos la mataron y ella sola se murió”.
Durante estos años hemos crecido más que los países de nuestro entorno, en buena parte debido al boom inmobiliario del 2000-07. Incluso algunos habían llegado a pensar que nuestra economía era más fuerte que la de de Italia y que en breve alcanzaríamos a Francia.
Lo que ocurría es que nuestro coche (nuestro querido Seat) corría más que el Audi alemán, pero solo por que iba sobre revolucionado, no porque fuera mejor coche. Resultado: el coche se recalentó y nos percatamos de que nuestro Seat hispano no era tan bueno como el Audi alemán (aunque sea buen coche). Ahora toca la dura tarea de arreglar el coche.