Si estás leyendo este blog, probablemente no es porque te acaba de tocar la lotería, has cerrado la ronda de financiación para lanzar tu start-up, o te han ascendido y duplicado el sueldo.
Más bien la palabra estrés del título te habrá llevado a conectar con algo que estás sintiendo ahora o has vivido recientemente.
También es posible que estés en un buen momento personal y profesional con pocos problemas, pero, aún así, sientas estrés, ya que son bastantes los estudios que confirman que este estado está mucho más relacionado con cómo te tomas las cosas, que con la realidad en sí misma.
El estrés no es en sí nocivo, es más, sin estrés no podemos afrontar retos. Pero esa respuesta fisiológica puede ser con frecuencia exagerada –en duración o intensidad– o incluso totalmente innecesaria; y puede acabar bloqueando o debilitando nuestros recursos mentales, emocionales y físicos hasta llegar a veces al agotamiento.
En el ámbito laboral lo que para unas personas genera ansiedad para otros puede ser motivación.
E aquí un ejemplo sencillo: hacer una presentación en una junta de accionistas puede ser motivador para algunos y, en cambio, angustioso para otros.
Esto se debe a que la realidad del día a día laboral –la carga de trabajo, la toma de decisiones, la gestión de personas, las interrupciones constantes, la urgencia de resultados y plazos, etc.– genera una presión a la que se le suele sumar el efecto de lo que podríamos denominar el “simulador”.
Pensamiento negativo, ¿aliado del estrés?
Todos tenemos una diálogo interior, una especie de “simulador”, que está constantemente repasando el pasado y dándole vueltas al futuro. Sin embargo, no tenemos un mando para controlarlo.
El simulador lleva nuestra atención de la reunión que fue mal ayer al cliente complejo que visitaremos el lunes. Así pierdo la reunión de equipo en la que estoy o, peor aún, al llegar a casa no presto la atención necesaria a mi hijo de tres años.
Esta voz interior, no sólo nos desconcentra, sino que se convierte en nuestro CEO y hace que vayamos siguiendo los impulsos, urgencias y deseos de este incansable guionista, creándonos una constante insatisfacción.
Además, con altos niveles de estrés esta voz interior tiende a perderse en ideas negativas y autorreferenciales. En lugar de conducir de vuelta a casa en el coche pensando lo maravillosa que es mi familia, es más común volver a casa dando vueltas a lo mal que puede acabar un proyecto de trabajo, qué ocurrirá si echan a mi hijo del colegio, o si no consigo refinanciar un crédito. Lo negativo se pega a la mente como el velcro y lo positivo como el teflón.
Aceptar, reinterpretar y entrenar
De la misma manera en que para salir de la cárcel viene bien tener una lima, pero es mucho mejor si contamos con una cuerda, una granada y un helicóptero en el tejado, para salir del estrés tenemos tres estrategias que podemos combinar:
- Aceptar la realidad que no puedo cambiar –los jefes o clientes difíciles, las exigencias y objetivos que nos vienen dados, el atasco de tráfico, etc.– y tratar de modificar aquello que depende de mí –forma de trabajar, reuniones, reducir interrupciones, etc.–. Y aquí aplica el famoso dicho: “Señor, dame paciencia para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las que puedo cambiar, y sabiduría para distinguir unas de otras”.
- Reinterpretar. Cuando la mente es como un jardín abandonado que no hemos cultivado, el trabajo empieza por quitar las zarzas y malas hierbas de la negatividad y la preocupación. Luego toca empezar a sembrar nuevos hábitos mentales: optimismo, agradecimiento, compasión, aceptación.
- Entrenar la atención (conocido como mindfulness en inglés). La mente tiene la tendencia a llevar la atención a los peligros, la novedad y el placer. Por eso la atención se pierde en la fantasía, se focaliza en lo negativo, y se va a proyectar futuros inciertos o rumiar pasados perdidos.
El mindfulness es una práctica sencilla y metódica para entrenar esa atención y hacer que esté presente cuando la necesito o imaginando y planificando cuando yo quiero. Es decir, recuperar el mando del simulador y poder ser yo quien cambia de canal.
Aceptando la realidad y modificándola en lo posible, y entrenando la interpretación y la atención, podemos conseguir una mente más tranquila, clara y estable. Esto, a su vez, hará que podamos tomar mejores decisiones, ser más creativos, estar más presentes en nuestras reuniones… En definitiva, ser más eficientes. Y más aún, llevaremos una vida más serena y feliz, que repercutirá también positivamente en quienes nos rodean, en el trabajo y en la familia.