Así se titula un artículo de Michael E. Porter y Mark R. Kramer publicado hace años en la Harvard Business Review. En el mismo los autores defienden la idea de que el propósito de toda corporación debe ser redefinido en torno a este concepto. Desde siempre me pareció que la idea de que la empresa está para crear el máximo valor para sus accionistas era errónea, o por lo menos incompleta. No puede ser que ese sea el propósito de una empresa.
Las empresas deben ganar dinero, por supuesto. El beneficio es como el aire que respiramos. Lo necesitamos para sobrevivir. Todos respiramos, pero no vivimos para respirar. No hay que confundir los medios con los fines.
En el IESE hemos defendido siempre que las empresas son comunidades de personas que interaccionan con otras comunidades. Destacaría la comunidad de personas que agrupamos bajo el nombre de clientes. No sé si es la más importante, pero sí la más necesaria. Sin clientes, no hay empresa sostenible. Los clientes son personas a las que la empresa trata de satisfacer una necesidad real. Para ello la empresa necesita de los empleados que son los que se encargarán de traducir los recursos en una propuesta de valor singular. Con esos empleados, la empresa tiene una doble obligación de formarles (o ayudarles a hacerlo) como personas y como profesionales. No hacerlo convertiría esas personas en un recurso más. Y los empleados no son un recurso. Son personas.
La empresa no trabaja en solitario, tiene sus socios (partners) en su quehacer. Ahí podríamos mencionar a los proveedores, los financiadores, las comunidades con las que interacciona y, cómo no, la administración tributaria que se encarga de recaudar dinero a través de los impuestos para que el estado redistribuya una parte de la riqueza creada.
Como dicen en inglés: Por último, pero no por ello menos importante: los accionistas de los que hemos hablado en varios posts anteriores. Ellos esperan una retribución justa, pero enriquecer sólo a este grupo es obvio que no puede ser el propósito de la empresa.
La orientación a la creación de valor compartido no es la panacea para resolver los problemas de la sociedad, pero puede contribuir en gran manera. La semana pasada tuve la ocasión de discutir en una sesión del IESE el caso ILUNION que hemos titulado “ILUNION: El crecimiento corporativo sostenible y responsable”. En la página web de esta empresa se puede leer el siguiente propósito: Construir un mundo mejor con todos incluidos. A continuación, hay una frase que desarrolla un poco más esa razón de ser. Dice así: Nuestro propósito es contribuir al bienestar de la sociedad, desarrollando proyectos innovadores y sostenibles. Centrados en las personas y el progreso social, desde ILUNION desarrollamos modelos empresariales inclusivos y que mejoren la calidad de vida de nuestros empleados y clientes.
En la sesión del IESE participó el consejero delegado de ILUNION, Alejandro Oñoro. Escuchándole, uno se convence inmediatamente de que la creación de valor compartido es para ellos una prioridad.
Algunos datos nos pueden ayudar a entender de qué estamos hablando. ILUNION tiene 40.000 empleados de los cuales un 43% son personas con algún tipo de discapacidad, factura al año mil millones de euros y reinvierte un gran porcentaje de sus beneficios.
Obras son amores y no buenas razones.