Durante el fin de semana me llegó el informe anual de la Cátedra de Empresa Familiar del IESE. En la carta de presentación que hace su titular, mi colega Marta Elvira alude a la figura del árbol como símbolo de la empresa familiar. Dice la profesora Elvira: Los árboles viejos y enormes se suelen utilizar como símbolo de la empresa familiar. ¿Por qué? Evocan varias ideas: las raíces que conectan el pasado y el presente, las ramas cargadas de nuevos frutos, pequeños brotes que crecen hasta convertirse en árboles robustos y frondosos para el disfrute de las generaciones venideras…
Es una bonita e interesante metáfora. Al leerlo me acordé de un intento de modelo que tratamos de elaborar hace años con mis colegas Juan de Dou y Alfonso Chiner con la ayuda del experto Gerard Passola, biólogo especializado en árboles singulares.
A partir de las explicaciones de Passola fuimos dando forma a la idea de que el árbol tiene grandes similitudes con la empresa que no busca sólo maximizar el valor de sus accionistas.
Empezamos por las raíces, que son las encargadas de enviar savia a través del tronco a las hojas y a las flores y frutos. Esas raíces no podrían enviar alimentación al resto del árbol si no estuviesen rodeadas del sustrato adecuado: el humus o la tierra más profunda donde están enraizadas, que en la empresa sería el sistema de valores. Sin valores no hay buena savia posible.
Sin embargo, la savia nunca conseguiría llegar a las hojas y flores si no existiese el tronco y las ramas con sus complejas estructuras que permiten a la savia ascender y descender por ellos. En la empresa serían el equivalente a la estructura organizativa y los sistemas de dirección.
Si de lo que hablamos es de empresa familiar, las raíces y su estructura nos enseñan mucho acerca de la relación intergeneracional que, como es bien sabido, es crítico para el éxito en este tipo de empresas.
Cambiando de paradigma, permitidme que abandone el ejemplo del árbol para centrarme en las estructuras en que descansa el éxito de los paracaidistas en caída libre cuando compiten para obtener, como ya han conseguido, una formación de 400 paracaidistas en caída libre todos entrelazados durante 4,3 segundos bajando a una velocidad de doscientos kilómetros por hora después de haberse lanzado desde cinco aviones Hércules desde una altura de 25.400 pies. Ahí de nuevo hay lecciones para las empresas (incluyendo naturalmente a las empresas familiares). Las que me parecen más relevantes son estas:
- Sólo pueden formar parte del equipo los más preparados.
- Compartir valores y modo de actuar es fundamental para asegurar la seguridad del conjunto.
- En el centro de la formación están los mejores paracaidistas.
- A la hora de abrir las campanas de los paracaídas, los primeros en abandonar la formación, para asegurar el éxito, son los del centro. Los mejores. (Mensaje para aquellos a quienes les cuesta dar un paso a un lado).
No quiero seguir para no aburrir. A quien le pueda interesar el tema puede encontrar estas ideas, noveladas en el libro que en su momento escribimos con Martí Gironell y Josep Lagares, y que titulamos Plan de Vuelo.
Os deseo a todos un feliz verano, ya sea saltando en paracaídas o descansando a la sombra de un frondoso árbol.
¡Hasta Septiembre!