La empresa, fuente de creación de valor

La semana pasada viví un momento que me ayudó a profundizar en una de las cuestiones que más me han hecho pensar durante años: ¿para qué existe realmente una empresa? Tener en mi clase del PADE a Alejandro Oñoro, consejero delegado de ILUNION fue un privilegio, pero sobre todo fue una invitación a mirar de nuevo —con más profundidad— el sentido último de lo que hacemos cuando dirigimos, emprendemos o servimos desde una organización.

Siempre he estado convencido de que el propósito empresarial no es un adorno, ni un eslogan inspirador que se coloca en la web corporativa. Para mí, el propósito es la raíz que sostiene todo lo demás: la brújula que orienta decisiones, el punto de apoyo que permite movilizar voluntades y, en el fondo, la razón por la cual vale la pena dedicar tantas horas de nuestra vida a una institución.

La conversación con Alejandro me recordó algo esencial: una empresa existe para generar valor, sí, pero no sólo el que se mide en cifras. Existe para crear oportunidades, para transformar realidades, para abrir caminos donde antes no los había. Y cuando una organización hace suyos esos principios, ocurre algo poderoso: la gente empieza a encontrar sentido en su trabajo, y la empresa, casi sin darse cuenta, se convierte en un agente de transformación social.

El caso de ILUNION —que Alejandro conoce como pocos— me tocó especialmente porque demuestra que el propósito no es una declaración abstracta, sino una forma concreta de estar en el mundo. ILUNION nació para demostrar que dignidad, inclusión y excelencia empresarial pueden caminar juntas. Y lo han hecho. No porque fuera fácil, sino porque asumieron que el propósito es una decisión estratégica, una apuesta ética, y, a la vez, un acto de confianza en el talento humano.

Escuchándole, pensé que lo verdaderamente inspirador no es la magnitud del grupo ni la diversidad de sus actividades -que también- sino la coherencia con la que han sostenido un propósito: construir un mundo más justo desde la empresa. Una idea tan simple y exigente a la vez.

Al terminar la sesión, me quedé con la sensación de que el propósito empresarial —el auténtico— tiene mucho que ver con nuestra propia biografía. Con aquello en lo que creemos, con las causas que nos conmueven, con lo que deseamos dejar como legado. Y por eso, cuando un propósito está bien definido, no sólo transforma a la empresa: también transforma a quienes formamos parte de ella.

Creo que ese es el desafío de la dirección hoy: volver a preguntarnos “para qué”. Porque cuando ese “para qué” es verdadero, todo lo demás —los modelos de negocio, las estrategias, los resultados— encuentra su lugar natural.

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