Preparando mi intervención en una mesa redonda que me han pedido que modere sobre gobernanza en la familia empresaria, he visto que uno de los temas que vamos a desarrollar es el de quién debe ser propietario de la empresa familiar en el futuro.
Es un tema que se puede abordar desde muchas perspectivas. La gente suele abordarlo desde dos perspectivas principalmente: La jurídica, y la emocional.
Para la perspectiva jurídica los empresarios que conozco acuden a su abogado de confianza y a veces a su notario (muchos empresarios tienen notario de cabecera a quien consultan la visión jurídica de los temas que les preocupan) y este tema, lo reconozcan públicamente o no, les preocupa de verdad.
Siempre queda la opción de vender la empresa y dejar a los hijos un patrimonio líquido, pero no es lo habitual. El empresario se siente como un creador y lo último que quiere es vender su criatura.
Entrando en la dimensión emocional entra en juego el título del famoso libro de Katy Danco publicado en 1981, que en su momento fue best seller en el mundo de los consultores de empresa familiar, titulado “From the other side of the bed” y es que la persona que está al otro lado de la cama tiene mucho que decir y ejerce un grado de influencia muy considerable.
Una tercera perspectiva que es más raramente utilizada es la de los valores. Entendiendo los valores como aquello que de acuerdo con nuestro paradigma del bien es bueno y por lo tanto los utilizaremos como criterios a la hora de tomar decisiones.
Y ahora estamos ante una decisión trascendental. Si la empresa la van a heredar nuestros hijos, ¿con qué criterio vamos a hacer el reparto de acciones?
¿La igualdad, la equidad o la justicia?
¡Menudo problema!
Con lo feliz que era yo con mi cien por cien de las acciones, pensará algún lector. Cierto, pero en la vida todo tiene un final y en algún momento esa propiedad deberá cambiar de manos. Si esa propiedad va a permanecer en manos de los hijos ¿es justo dejársela a partes iguales?
A veces ocurre que el empresario no se ha preocupado (o no ha podido) durante su vida profesional de crear un patrimonio separado del negocio principal. En ese caso, cuando el único patrimonio son las acciones de la empresa y la casa donde la familia vive, el problema está servido.
Si hubiese patrimonio adicional, podríamos tratar de aplicar la equidad como criterio en lugar de la igualdad. A la luz de este criterio, no se trata de dar a todos lo mismo, sino de tratar de compensar diferencias que a nosotros nos parece justo compensar. Entendiendo como justicia dar a cada uno lo que se merece.
Siento haberos complicado la vida de esta manera, pero reflexionando se puede dar con el mejor curso de acción. De nada sirve esconder la cabeza bajo el ala.