Ya decíamos en el post anterior que el empresario se siente como creador de una obra y lo último que quiere es vender el resultado de tanto esfuerzo. Afortunadamente, no todo se puede medir con dinero. Hay empresas que por su propósito difícilmente se pondrán a la venta, pues no están hechas sólo para crear valor económico para sus accionistas.
Sin embargo, es prudente tener una idea del valor económico que puede tener nuestra empresa. En algún momento puede convenir dar entrada a un nuevo socio, o simplemente para operaciones entre socios actuales es bueno tener una idea del valor.
El valor es una aproximación que puede orientar el precio de transacción, y como tal dependerá de los datos que utilicemos y el método de valoración aplicado. Para los lectores interesados en profundizar ofrezco este link al libro de mi querido colega y amigo el profesor Pablo Fernández. Pablo es un experto mundial en valoración de empresas, como lo demuestran sus múltiples publicaciones científicas, académicas y divulgativas.
Es bueno disponer de una estimación del valor, por si en algún momento hay que entablar conversaciones ya sea con nuestros socios actuales o con nuevos socios.
Para acercarnos al precio de transacción de unas acciones deberemos tener en cuenta la disposición a pagar del posible comprador (por encima de la cual no comprará) y el coste de oportunidad (por debajo del cual el vendedor no está dispuesto a vender). La estimación de valor hecha con un método apropiado debería quedar entre esas dos cantidades, pero no será lo que determine el precio.
Ahí entrará en juego todo tipo de consideraciones que no vamos a detallar aquí.
No sirve pedir la luna. Hay que ser mínimamente racional, si bien es cierto que operaciones se han visto que llegaban a doblar la estimación de valor más optimista emitida por los expertos. Recuerdo dos casos españoles de una cervecera y una farmacéutica por las que se pagaron precios que no tenía ningún sentido pagar, y sin embargo se hicieron ambas transacciones. Naturalmente el tiempo se encargó de ajustar el precio que costó varios años en digerir. Una de ellas cambió de dueño tres veces en pocos años porque a nadie le salía la rentabilidad esperada. El tiempo acaba poniendo las cosas en su lugar.
Volviendo al mundo del empresario que ha creado una empresa de éxito. Este sería nuestro consejo: No venda si no le apetece, pero mire a largo plazo el futuro de su empresa, y si la empresa tendrá o no los accionistas convenientes, porque ahí la empresa se juega su futuro.