Seguimos profundizando en una visión integral del patrimonio de la familia empresaria, analizando las distintas dimensiones de la riqueza. Como explicaba en mi último post, lo más importante en la preservación de la riqueza no son los aspectos cuantitativos, sino los cualitativos. Si os fijáis, de las siete dimensiones de la riqueza que venimos analizando las últimas semanas, solo una es puramente cuantitativa, la financiera. El resto hacen referencia a cuestiones cualitativas.
El capital intelectual es la suma de conocimientos, capacidades y actitudes. El capital humano busca descubrir los talentos de cada miembro de la familia. El capital relacional hace referencia, como su nombre indica, a cómo se relacionan las familias, y tiene una vinculación directa con el capital intelectual. ¿Cómo toman decisiones los miembros de la familia? ¿Cómo se asesoran entre ellos? ¿Cómo resuelven los conflictos? Son cuestiones que tienen que ver con conocimientos y capacidades (capital intelectual), pero también con la forma de relacionarse los miembros de la familia entre sí (capital relacional).
A un nivel más personal, encontramos el capital espiritual, íntimamente ligado al concepto de trascendencia. Esta dimensión de la riqueza hace referencia a aspectos no materiales relacionados con el deseo de perdurar. A un cierto sentido de misión que nos permita responder a la pregunta: ¿Qué queremos legar a las siguientes generaciones?
También en el plano personal se encuentra el capital operativo, que es el valor e importancia que cada uno le da al trabajo, entendido éste como uno de los activos más valiosos que puede poseer. Una persona ociosa es una persona que ni mejora personalmente ni aporta a la familia ni a la empresa familiar. Por eso es tan importante inculcar en las siguientes generaciones la cultura del esfuerzo, porque solo con esfuerzo y entrega se consiguen las cosas en la vida.
Explica Stuart E. Lucas en la introducción del libro Gestión de patrimonios: “El dinero de nuestra familia representaba algo más que efectivo. Representaba esfuerzo, historia, amor y legado: un regalo tangible de las generaciones pretéritas la familia Stuart a la mía”.
El capital social, en línea con esta idea de dar y compartir, es el sentido de responsabilidad que tiene la familia empresaria con la sociedad. Es habitual que la familia empresaria invierta de forma voluntaria parte de sus recursos económicos y de su tiempo para devolver a la sociedad parte de lo que ha recibido de ella. Es lo que se conoce como filantropía.
Un buen ejemplo de la actividad filantrópica es la Fundación Knut y Alice Wallenberg (KAW), propiedad de la familia Wallenberg. Desde hace cinco generaciones, esta fundación apoya desinteresadamente la investigación científica en Europa y especialmente en Suecia, de donde son originarios. A lo largo de sus cien años de historia, también han financiado grandes proyectos educativos como la creación de la Escuela de Economía de Estocolmo y de varios museos, y la construcción de teatros públicos.
La filantropía es un acto de generosidad que demuestra que la riqueza es mucho más que dinero. Aunque, por supuesto, también el capital financiero es importante. A él dedicaré mi próximo post.