Mi intención al ponerme delante del ordenador para escribir este post era retomar el tema de los aspectos que hay que considerar a la hora de pensar si ha llegado el momento de vender la empresa, una serie que inicié en Julio de este año y que en algún momento voy a retomar.
Al repasar mis últimos posts sobre las virtudes que adornan al buen empresario, me ha parecido que enlazaba bien el tema de vender la empresa con el tema de esos hábitos operativos buenos a los que algunos llaman buenas prácticas.
Los expertos en valoración de empresas hablan del precio justo. Pero ¿cuál es el precio justo de una empresa? Se suele acudir a un experto para que nos dé una aproximación del valor de nuestra empresa, pero siendo conscientes de que la cifra o rango de cifras que nos justifique técnicamente el experto, será sólo eso: una aproximación al valor.
Ya avisaba Machado que es cosa de necios confundir valor y precio. El valor, como ya hemos dicho, es una forma de aproximarnos a la cuestión, pero el precio será determinado por la disposición a pagar del comprador y el coste de oportunidad por debajo del cual el vendedor no está dispuesto a vender. Aquí entra en juego una importante dimensión: la templanza. Hace años, cuando impartía una asignatura sobre fusiones y adquisiciones en el programa MBA del IESE, les solía decir que la idea de que siempre hay un primo -persona incauta que se deja engañar o explotar fácilmente (R.A.E.)- a la vuelta de la esquina, se la fuesen quitando de la cabeza. La gente que comprará sabe lo que compra y por qué lo compra. Es cierto que se han visto casos en todos los países de adquisiciones a precios disparatados, pero el tiempo se ha ido encargando de poner las cosas en su sitio. Así pues, precio justo, moderación al fijar el precio y mucha prudencia. Hay que maximizar el precio dentro de los límites que nos aconseje la prudencia.
Cuestión distinta es nuestro límite por debajo del cual no estamos dispuestos a vender. Aquí entran en juego elementos cualitativos de gran importancia. Nuestra necesidad de vender, qué vamos a hacer el día siguiente con el dinero obtenido por la venta y muchos otros aspectos que deben ser elemento de reflexión. Si la necesidad de vender viene por motivos de falta de competitividad, no tendremos las mejores bazas a la hora de plantear la negociación, aunque siempre puede haber algún intangible que ayude a mejorar el precio.
Finalmente, y por aludir a la fortaleza, me gustaría mencionar que hay que meditar muy bien una decisión tan importante como la de vender la empresa, pero una vez hayamos reflexionado a fondo y creamos firmemente que esta es la mejor de las alternativas, hay que ser fuerte. No vale decir “vamos a vender” y en cuanto el experto nos plantea su valoración en base a nuestro EBITDA actual y futuro, decir “me veo con ánimos de doblar ese EBITDA” y no vender empezando a vivir en un mundo irreal fruto de nuestras querencias más que de nuestra reflexión. Si esto ocurre, es que el proceso de reflexión no ha sido el adecuado. Ahí tener un buen consejo de administración ayuda, pues entre sus aportaciones -en este caso obligaciones- está la de ayudar al empresario a no confundir sus deseos con la realidad.
Os deseo a todos una muy feliz Navidad.