El empresario, la fortaleza y la prudencia.

Después de haber escrito sobre justicia y eficacia en mi anterior post, me gustaría ofrecer hoy una reflexión sobre otras virtudes que adornan al buen empresario.

En la época de los filósofos griegos ya se hablaba de cuatro virtudes cardinales, conocidas por todos nosotros que son la fortaleza, la justicia, la prudencia y la templanza. Es bueno recordar que todas las acciones en la empresa han de ser llevadas a cabo en un marco de justicia y eficacia. Sin eficacia, la aplicación de la justicia se vuelve más compleja, pues la empresa debe ante todo sobrevivir y para ello hay que ser eficaz. La competencia ha sido siempre dura y cada vez lo será más.

La principal obligación del empresario en términos de responsabilidad social es no quebrar.

En anteriores posts nos hemos referido a las fortalezas del empresario. Voy a limitarme en esta ocasión a dos aspectos de esa fortaleza: la determinación y la tenacidad. Un buen empresario decide siempre, aún a riesgo de equivocarse. No cae en la inacción por el análisis, muy propia de aquellos que saben analizar muy bien, pero nunca acaban de tomar una decisión y arriesgarse. El empresario asume riesgos a sabiendas de que alguna cosa puede salir mal, pero tiene la tenacidad suficiente para aprender de los errores, levantarse y continuar.

Sin embargo, hay una línea tenue entre el atrevimiento y la insensatez. Es fácil verse empujado a decisiones que pueden acabar con la empresa dejándose llevar por un exceso de atrevimiento. Entra aquí en juego la prudencia. Una prudencia que se podrá ejercer mejor de forma colegiada si se dispone de un buen consejo de administración. Ese es el foro en el cual el empresario debe encontrar interlocutores que le ayuden a reflexionar y le aporten luz sobre esa tenue línea a la que nos hemos referido antes.

Para sobrevivir hay que innovar, pero la adopción de innovaciones toma su tiempo. Adoptar innovaciones disruptivas cuando no son propias, puede llevar a disgustos serios. Cada cosa tiene su ritmo y hay que dar con él. De lo contrario la adopción demasiado rápida de innovaciones se nos puede volver en contra. Con la aparición y multiplicación de las tecnologías de la información todo se mueve a mayor velocidad, pero hay que tener la sensatez suficiente para saber hasta dónde hay que arriesgar.

Otra cosa son aquellos empresarios que son capaces de adelantarse a su tiempo y romper las reglas del juego, pero estos son escasos. Una forma de pensar sobre la cuestión podría ser formularse la pregunta que enunciaban C.K. Prahalad y Gary Hammel en su libro Competing for the future hace ya muchos años. Esta era la pregunta: ¿Cómo ven nuestra empresa los competidores en el sector, como una empresa que establece las reglas del juego o como una empresa que las acepta? Si somos líderes en innovar en el sector la cuestión es una; si somos seguidores la cuestión es distinta.